PINCELADAS DE UN HÉROE
José García Valdivieso*
27 de Julio de 1834, solo han transcurrido trece años desde que don José de San Martín, con inflamada oración jurase la independencia del Perú. El ambiente se halla aún galvanizado por las épicas y no lejanas jornadas de Junín y Ayacucho, donde luchó el teniente coronel del Ejército Libertador don Juan Manuel Grau y Berrío, padre del niño que hoy, auroleado de peruanidad, nace en la solariega casona de la calle Mercaderes, Tacna a la fecha, de la norteña y cálida ciudad de Piura; niño que con el tiempo participaría con su nave la corbeta “Unión”, en el glorioso combate de Abtao, el que conjuntamente con el del 2 de Mayo de 1866 sellaron la gesta de América que duraba ya más de medio siglo.
Descendiente por ambos ancestros de linajes de rancia estirpe, él, Juan Manuel Grau y Berrío, de noble ascendencia catalana, nacido en 1799 en Cartagena de Indias, puerto Atlántico del Virreinato de Nueva Granada, hoy República de Colombia, quien llegó en 1822 y se afincó en el Perú, su patria adoptiva donde reposan sus restos.
Ella, doña Luisa Seminario del Castillo, cuyo rancio abolengo se remonta a los Colonna de Córcega y a los Gonzaga del Ducado de Mantua, descendiente directa de los fundadores de la ciudad, entre los cuales brilla con luz propia don Miguel Jerónimo Seminario y Jaime, quien proclamó la Independencia del partido de Piura el 4 de julio de 1821, en auténtica demostración de la libre determinación de los pueblos.
Tercero de cuatro hermanos enteros, tiene tres hermanos maternos fruto de la primera y legítima unión de doña Luisa con el capitán Pío Díaz, oriundo de tierras neogranadinas, así como don Juan Manuel Grau y Pradas, único vástago de la también primera y legítima unión de su padre.
Muy poco o casi nada se conoce de sus primeros años, mas se supone que transcurrieron apaciblemente en la solariega donde nació, excepto, entre otros, de la anecdótica circunstancia que permite su bautizo In Extremis, realizado a los 38 días de su nacimiento, por haber contraído el sarampión, enfermedad que en la época de que hablamos era normalmente de fatal desenlace. Sin embargo, por circunstancias largas de narrar, viene en su auxilio la providencia en la persona del ama que estaba al cuidado del infante, la china piurana Tadea Orejuela, quien al no poderse localizar al médico de la familia hace uso de sus conocimientos de medicina folclórica, preparando una infusión de yerbas proporcionadas por sus proveedores montubios de Tambogrande y Morropón, y administrándosela al párvulo logró dominar la fiebre, superándose la etapa crítica de la enfermedad. Así, fue poco después bautizado como Miguel María Grau Seminario. Sus padrinos, Manuel Ansoátegui, administrador de la Aduana de Paita, y Rafaela Angeldonis, posiblemente hermana del presbítero Santiago Angeldonis, quien le administró las aguas bautismales.
Sus primeros pasos y primeras lecciones transcurren en Piura, para posteriormente, cuando contaba ocho años de edad, acompañar a su familia que se traslada al puerto de San Francisco de la Buena Esperanza de Paita, donde su padre había sido nombrado vista de aduana. Y es aquí, en esta hermosa bahía de tranquilas y azules aguas, donde se asienta el puerto del mismo nombre, puerto que gozaba de una intensa actividad comercial, razón por la que en época no lejana recibió visita de corsarios y piratas. Puerto donde empiezan a forjarse los primeros sueños e inquietudes marineras, haciéndose a la mar, con la anuencia de sus padres, a la edad en que otros niños gozan de los juegos propios de sus días y del calor del hogar.
El futuro marino se embarca en el “Tescua”, bergantín granadino al mando del capitán don Manuel Herrera, amigo de sus padres. Edad, nueve años. Itinerario, Paita, Huanchaco, Buenaventura. Sin embargo, la primera travesía no tiene feliz desenlace, pues la nave naufraga en la isla colombiana de Gorgona, y el aprendiz de grumete tiene que ser devuelto a su hogar.
Luego de esta primera aventura marinera, nutre sus sueños con las historias que le son contadas por los viejos lobos de mar que recalan con sus naves en el tranquilo puerto paiteño, hasta que nuevamente y a consecuencia del imperativo llamado de la mar, se hace a ella el año 1844 en la goleta “Florita”, bajo el mando otra vez del capitán don Manuel Herrera. Itinerario: Callao, Buenaventura, Panamá, Paita. Empieza desempeñándose como aspirante a grumete, siguiendo luego una larga lista de embarcos, plenos de intensas correrías y aventuras, los cuales fueron realizados a bordo de buques tan disímiles como goletas, bergantines y fragatas, en su mayoría británicos y estadounidenses.
En estos embarcos visitó en más de una oportunidad los puertos de Paita, y Callao; Macao, colonia portuguesa en territorio chino, centro del tráfico de coolies; Hong Kong, importante enclave británico en China, punto álgido del movimiento mercantil del imperio; las islas Marquesas, las Sandwich, la Sociedad, Shanghai, Singapur, Londres, Burdeos, Baltimore, Boston, New York y Río de Janeiro. Esta, en apretada síntesis, es la relación escrita de puño y letra de Miguel Grau, fechada el 10 de agosto de 1853, que cubre el lapso transcurrido desde 1843, siendo así que, a los 19 años de edad, el precoz grumete de hace una década se ha convertido en un viejo y experimentado lobo de mar, como aquellos de sus mocedades que nutrían su imaginación al transmitirle sus aventuras. Dura y bravía escuela la del mar, que ha dejado honda huella en el sereno marino, confiándole todos y cada uno de los secretos del arte-ciencia de la navegación, proveyéndole del dominio de la maniobra, consecuencia ambos de su sólida formación práctica y del conocimiento que de hombres y mares ha hecho, habiendo aprendido a obedecer y a ser obedecido.
Ingresa a la escuela Naval como guardiamarina a los 19 años de edad el 14 de marzo de 1854, y como tal destaca nítidamente desempeñando con eficiencia sus obligaciones, sirviendo primero por espacio de seis meses en el “Rímac”, pasando el 2 de octubre del mismo año al pailebote “Vigilante”, donde permanece más de diez meses, siendo posteriormente cambiado al vapor de ruedas “Ucayali”. Así, el 11 de marzo de 1856, recibe su primer ascenso al grado de alférez de fragata después de un año 11 meses y 20 días de servicio como guardiamarina. Posteriormente es destinado al “Apurímac”, a la fecha el mejor buque de la escuadra nacional, adquirido en Inglaterra; trátase de una fragata mixta de 1 600 toneladas, armada con 34 cañones, comandada por el experimentado capitán de navío don José María Salcedo, siendo aquí donde se encuentra con su amigo y paisano, el teniente segundo ayabaquino don Lizardo Montero, fundiéndose en un solo crisol de peruanidad el alma inquieta y borrascosa de Montero, único marino que ha llegado a presidente de la República, y la fría calma, estoica serenidad y práctico espíritu de Grau.
El 16 de noviembre de 1852 toma partido, junto con su paisano Montero, en la sublevación de Manuel Ignacio Vivanco, líder conservador que se opone al liberalismo excesivo de Castilla durante su segundo periodo de gobierno. Este movimiento fracasa y los buques son entregados a la Escuadra, siendo Miguel Grau separado de la Marina junto con otros oficiales que participaron en la revuelta. Poco tiempo después se enrola en la marina mercante como capitán de una barca inglesa, navegando a América del Norte, la Indias y Asia, viajes que enriquecen sus ya vastos conocimientos náuticos.
Durante este lapso, Castilla ha evolucionado del liberalismo de 1856 al conservadorismo del 60, cuando se da la nueva Constitución que va a regir el país hasta 1920, carta magna que justificaba la sublevación de Vivanco y por ende la de los marinos que, como Grau, se plegaron al movimiento regenerador.
Gracias a la Ley de Reparación dada por el Congreso Nacional el 11 de abril de 1861 y a la Ampliatoria del 25 de mayo del mismo año, Grau solicita ampararse a lo legislado, siendo resuelta su solicitud favorablemente en mayo del año siguiente, en mérito de lo cual se le reconocen servicios prestados a la Armada de 7 años y 27 días, concediéndosele una pensión de 12 pesos y 6 y ½ reales, expidiéndosele cédula de licencia indefinida. Así, continúa en la marina mercante durante el tiempo que dura la segunda administración de Castilla, paradójicamente el hombre que signó sus gobiernos bajo el principio: “Si Chile compra un buque, el Perú debe comprar dos”. Posteriormente, durante el gobierno de Pezet, es llamado al servicio activo con fecha 13 de setiembre de 1863, expidiéndose en la fecha su despacho de teniente segundo, siendo destinado al “Lerzundi”, buque comandado por el capitán de corbeta Aurelio García y García; allí, al cabo de cuatro meses es ascendido a teniente primero graduado.
En el mes de enero de 1864 es enviado junto con García y García y otros marinos a Europa, con el encargo de supervisar la construcción y adquisición de modernas unidades navales que permitiesen reforzar la escuadra, a fin de hacer frente a cualquier agresión.
Días antes de este viaje se concede a Grau la efectividad en el grado de teniente segundo.
Más adelante, el teniente primero Miguel Grau, es nombrado comandante de la “Unión”, dirigiéndose a Saint-Nazaire, donde se hace cargo de la citada corbeta el 15 de diciembre de 1864, firmándose al día siguiente por feliz coincidencia el contrato para la construcción de un blindado con la firma Laird Hnos., de Birkenhead. Este blindado sería el “Huáscar”, el glorioso monitor, honra, fama y tumba de Miguel Grau, su glorioso comandante, con quien se convertiría con el transcurrir del tiempo en leyenda, donde se hace imposible pensar en el uno sin el otro, pues conforman un todo inseparable.
En el ínterin y desde el incidente de la hacienda Talambo de Pacasmayo en 1863, se vienen dando las condiciones para desembocar en la firma del controvertido Tratado Vivanco-Pareja, del 27 de enero de 1865, entre Perú y España, que pretendía la reivindicación de sus antiguas colonias.
El 6 de julio de 1865 la “Unión” fondea en Valparaíso. Pezet, que se enfrentaba a la sublevación de Prado en Arequipa, a fin de evitar que los buques próximos a llegar se plieguen a Prado, envía como emisario suyo para evitar tal acción, a don Juan Manuel Grau, padre del comandante de la “Unión”, mas este, a pesar del pedido hecho, no lo acepta porque ir contra sus propias convicciones.
En febrero del 65 Prado asume la presidencia de la República, celebrándose un tratado de alianza con Chile, para rechazar al invasor hispano, al cual se adhieren Ecuador y Bolivia.
La escuadra peruana estaba compuesta por la “Apurímac”, la “América”, la “Unión” y la “Amazonas”, al mando del capitán de navío Manuel Villar. A esta flota se unió la “Covadonga” para el Combate de Abtao el 7 de febrero de 1866, donde se venció a la escuadra española. En esta acción Grau y la corbeta “Unión” reciben su bautizo de sangre, al alcanzar en el combate el mayor porcentaje de muertos en la violenta acción.
Después de la victoria del 2 de mayo y con el incremento del poderío naval por el arribo del “Huáscar” y la “Independencia”, decide Prado llevar a cabo la guerra contra España para la liberación de las colonias Filipinas; toma la inesperada decisión de contratar al contralmirante retirado de la marina norteamericana John Tucker, nombrándolo comandante de la escuadra y encargándole dirigir la expedición libertadora.
Este insólito hecho, motivó la justa reacción de nuestros marinos, que habían demostrado su capacidad profesional y su profundo amor a la patria en las aguas de Abtao contra la escuadra española, marinos que al sentirse heridos y atropellados en su dignidad, renunciaron a sus puestos. Al considerar el gobierno esta actitud como de rebeldía, enjuició a los marinos renunciantes y embarcándolos primeramente en el “Chalaco”, fueron posteriormente confinados en la isla San Lorenzo, donde permanecieron los seis meses que duró el proceso judicial. Terminada la causa, Grau, incólume su honor después de la brillante defensa de su abogado doctor Luciano Benjamín Cisneros, sale en libertad. Solicita licencia en la comandancia general y se aleja de la Marina por segunda vez. Corre el año 1867 y Grau obtiene el mando del vapor mercante “Puno” de la compañía inglesa, siendo conveniente acotar que en esta época, los capitanes ingleses se tenían por los mejores del mundo, siendo su logia muy exclusiva y cerrada, razón que, en este caso, no impidió que aceptaran a Grau, ya que eran sabedores de sus excepcionales conocimientos náuticos.
Antes de embarcarse contrae nupcias en la iglesia del Sagrario, el 12 de abril de 1867, con la dulce y hermosa Dolores Cavero y Núñez Lama, trujillana de nacimiento, perteneciente a la sociedad limeña, y que contaba en esa fecha 22 años de edad. Fueron testigos por parte del novio, Lizardo Montero, Aurelio García y García y Manuel Ferreyros, a quienes junto con Grau se les conocía como “Los cuatro Ases de la Marina”, y que, con excepción de Ferreyros, que muere prematuramente en 1876, tendrían relevante actuación en la Guerra del Pacífico.
El 27 de febrero de 1868 regresa Grau al servicio activo como comandante del “Huáscar”, siendo ascendido ese mismo año a capitán de navío graduado. Corre el año de 1872 y el 21 de julio se produce el motín de los Gutiérrez, sin más motivo que sus ambiciones personales, transgrediendo el mandato constitucional. Como consecuencia, Balta es tomado prisionero y posteriormente fusilado por orden de Tomás Gutiérrez. La escuadra zarpa en defensa de la Constitución y del orden legalmente establecido.
Abril de 1873 Grau es ascendido a capitán de navío efectivo y durante seis meses, de junio del 74 a enero del 75, es comandante de la Escuadra de Evoluciones a bordo ya sea del “Huáscar” o de la “Independencia”.
El país se debate en una grave crisis económica, la Marina para por un periodo de estancamiento, muchos jefes y oficiales se retiran del servicio, las naves son apontonadas, la inactividad perjudica las calderas y máquinas de los buques, no se efectúan ejercicios, cañones y repuestos vitales se oxidan y se pierden. El gobierno encabezado por Manuel Pardo y Lavalle confía ciegamente en el Tratado de Paz y Amistad, el cual no está sustentado en el potencial bélico que garantice los derechos sagrados de la Nación.
Mientras esto ocurre, Chile prosigue un planeado proceso armamentista, el cual ha podido ser observado por Grau cuando viaja a Valparaíso para repatriar los restos de su padre.
En 1875, Grau es requerido por el pueblo de Paita, donde pasó su niñez, para que lo represente en el Parlamento; el distinguido marino acepta esta distinción confiando en que podrá servir igualmente a su patria en el recinto de las leyes como lo ha hecho en la cubierta de los buques, y es en junio de 1876 en que, tras ocho largos años, deja el comando del “Huáscar” para ir al Parlamento, donde es recibido con la aprobación de todos los grupos políticos de la época. Es reconocido y calificado por la comisión de poderes como diputado por Paita, prestando juramento de ley en la Cámara, pasando a formar parte de la Comisión de Marina.
Su actividad en el Parlamento es proficua y eficaz; presenta interesantes proyectos que son aprobados por su cámara, entre ellos el de ascensos en la Armada, que hace justicia al mérito de jefes y oficiales en razón a su eficiencia. Entre legislaturas, cumple todo tipo de actividades en la Marina, entre otras, vocal de la Junta Revisora de las Ordenanzas Navales y Comandante General de la Marina, hasta que el 28 de marzo de 1879 se hace cargo nuevamente del comando del monitor “Huáscar”.
Su hogar constituía el refugio, cual remanso de paz, al cual acudía al término de agotadoras jornadas, y con gran consideración y tacto Dolores intervenía para alejarlo del acoso de sus diez bulliciosos vástagos que deseaban compartir los breves momentos en que el serio, exigente, noble y leal marino, se convertía en el cariñoso y protector padre de familia.
5 de abril de 1879. Chile declara la guerra al Perú y empiezan los seis gloriosos meses en los cuales el “Huáscar”, solo desde la pérdida de la “Independencia” en Iquique, mantiene en jaque al más grande ejército de invasión y a su poderosa escuadra, cumpliendo, entre otras, tareas tales como: transportar tropas, atacar convoys, cortar el cable, capturar buques, bombardear baterías de costa y destruir lanchas enemigas, pero siempre respetando las poblaciones indefensas y los enemigos vencidos, que en su agradecimiento llegan a proferir un “Viva el Perú generoso”. O, como en el caso del poco conocido episodio que nos relata don Carlos F. Belevan Mesinas y que llega a él desde un testigo presencial del suceso, el teniente primero Diego Ferré Sosa, a través de su abuelo el capitán de fragata asimilado don Rubén Belevan Ruiz de Castilla. Cuenta el episodio que, al salir de misa y como consecuencia de la pregunta ¿Cómo era Grau, abuelo?, este respondió:
“Después del hundimiento de la “Esmeralda” y el rescate de 62 de los náufragos, los que se encontraban a bordo del “Huáscar”, Grau y algunos oficiales, entre los que se encontraba Diego Ferré, recorrieron el buque para conocer los daños sufridos en el combate. Al regreso de la toldilla, Grau observó a un marinero chileno de unos cincuenta años, que por las manchas de carbón debía ser fogonero, que lloraba quedamente. Grau se acercó y trató de calmar y consolar al hombre por la pérdida de sus compañeros y su nave, dirigiéndole animosas palabras, a lo que el chileno respondió “que no lloraba por la pérdida de sus compañeros y su nave, sino por la pérdida de todas sus pertenencias, entre las que se hallaban los ahorros de dos años de trabajo con los que iba a costear los estudios de su única nieta huérfana de padres“. Grau lo mira, le palmotea el hombro y continúa su inspección, ordenándole a su ayudante, al que apartó a un lado, que llevase al lloroso prisionero a su cámara.
“Hízolo así Ferré, y ya en la cámara, Grau sacó de una cajita de madera de su cómoda veinte soles de plata, y entregándoselos al marinero chileno le dijo: “Lamento en el alma el daño que le he causado, le ruego me disculpe y acepte este dinero, esperando que él contribuya a la educación de su nieta”.
“El chileno mirando a Grau, recibió el dinero y le contestó: “Gracias señor, no me explico cómo en el Perú pueden enviar a la guerra a un hombre como Ud.”, y salió a cubierta.
“Ferré vio enrojecer a Grau, y cuando volteó la cara hacia él, este le dijo: “Señor Ferré, le prohíbo terminantemente que divulgue o comente lo que acaba de ver y oír acá”.
–Ahora, hijo, ya sabes cómo era Grau”.
Así llegamos al 8 de octubre de 1879 en Punta Angamos, a la inmolación de Grau y su corte de bravos en defensa de la patria alevemente atacada. Patria que se encontraba postrada por la desidia de sus propios hijos; patria que necesitó del sacrificio de sus mejores hombres para cubrir con gloria la nefasta generación que la dirigió.
Perdido el mar, la guerra estaba perdida, solo una flota poderosa puede contrarrestar el peligro que viene del mar. Lección que nos enseñó la historia y que nunca debemos olvidar.
En esta breve reseña –pinceladas como la he titulado– he tratado de abarcar ambiciosamente la gama de matices de Grau, considerando sus 25 años de servicio activo en la Marina, más una década de viajes juveniles a bordo de buques mercantes que lo forjan en el temple bravío de la vida marinera.
En total, 45 años de vida terrena, durante los cuales mostró y dio lo mejor de sí mismo en todas y cada una de las actividades en que transcurre su existencia.
Como navegante precoz a juvenil edad, como guardiamarina que encauza aptitudes y canaliza experiencias para servir a la patria; como oficial de principios inconmovibles consecuentes con sus ideales, negándose a toda concesión consigo mismo. Como acérrimo defensor de la Constitución y de las leyes; como político, diputado por Paita, convencido de que el buen ejemplo es otra de las formas de servir a la patria; como jefe de familia que hace de su hogar un altar, esposo devoto y respetuoso; padre cariñoso, ejemplar, preocupado por sus hijos y católico ferviente. Grau: hombre, marino y peruano genial, a su patria legal, esculpida en gloria y sangre para la posteridad, la más acrisolada lección de amor, servicio y sacrificio por la tierra que lo vio nacer.
* Contralmirante MGP. Colaborador de «ForoGeomarítimo». Artículo publicado en la Revista del Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú –IEHMP. Número 30, 2011.
José García Valdivieso*
27 de Julio de 1834, solo han transcurrido trece años desde que don José de San Martín, con inflamada oración jurase la independencia del Perú. El ambiente se halla aún galvanizado por las épicas y no lejanas jornadas de Junín y Ayacucho, donde luchó el teniente coronel del Ejército Libertador don Juan Manuel Grau y Berrío, padre del niño que hoy, auroleado de peruanidad, nace en la solariega casona de la calle Mercaderes, Tacna a la fecha, de la norteña y cálida ciudad de Piura; niño que con el tiempo participaría con su nave la corbeta “Unión”, en el glorioso combate de Abtao, el que conjuntamente con el del 2 de Mayo de 1866 sellaron la gesta de América que duraba ya más de medio siglo.
Descendiente por ambos ancestros de linajes de rancia estirpe, él, Juan Manuel Grau y Berrío, de noble ascendencia catalana, nacido en 1799 en Cartagena de Indias, puerto Atlántico del Virreinato de Nueva Granada, hoy República de Colombia, quien llegó en 1822 y se afincó en el Perú, su patria adoptiva donde reposan sus restos.
Ella, doña Luisa Seminario del Castillo, cuyo rancio abolengo se remonta a los Colonna de Córcega y a los Gonzaga del Ducado de Mantua, descendiente directa de los fundadores de la ciudad, entre los cuales brilla con luz propia don Miguel Jerónimo Seminario y Jaime, quien proclamó la Independencia del partido de Piura el 4 de julio de 1821, en auténtica demostración de la libre determinación de los pueblos.
Tercero de cuatro hermanos enteros, tiene tres hermanos maternos fruto de la primera y legítima unión de doña Luisa con el capitán Pío Díaz, oriundo de tierras neogranadinas, así como don Juan Manuel Grau y Pradas, único vástago de la también primera y legítima unión de su padre.
Muy poco o casi nada se conoce de sus primeros años, mas se supone que transcurrieron apaciblemente en la solariega donde nació, excepto, entre otros, de la anecdótica circunstancia que permite su bautizo In Extremis, realizado a los 38 días de su nacimiento, por haber contraído el sarampión, enfermedad que en la época de que hablamos era normalmente de fatal desenlace. Sin embargo, por circunstancias largas de narrar, viene en su auxilio la providencia en la persona del ama que estaba al cuidado del infante, la china piurana Tadea Orejuela, quien al no poderse localizar al médico de la familia hace uso de sus conocimientos de medicina folclórica, preparando una infusión de yerbas proporcionadas por sus proveedores montubios de Tambogrande y Morropón, y administrándosela al párvulo logró dominar la fiebre, superándose la etapa crítica de la enfermedad. Así, fue poco después bautizado como Miguel María Grau Seminario. Sus padrinos, Manuel Ansoátegui, administrador de la Aduana de Paita, y Rafaela Angeldonis, posiblemente hermana del presbítero Santiago Angeldonis, quien le administró las aguas bautismales.
Sus primeros pasos y primeras lecciones transcurren en Piura, para posteriormente, cuando contaba ocho años de edad, acompañar a su familia que se traslada al puerto de San Francisco de la Buena Esperanza de Paita, donde su padre había sido nombrado vista de aduana. Y es aquí, en esta hermosa bahía de tranquilas y azules aguas, donde se asienta el puerto del mismo nombre, puerto que gozaba de una intensa actividad comercial, razón por la que en época no lejana recibió visita de corsarios y piratas. Puerto donde empiezan a forjarse los primeros sueños e inquietudes marineras, haciéndose a la mar, con la anuencia de sus padres, a la edad en que otros niños gozan de los juegos propios de sus días y del calor del hogar.
El futuro marino se embarca en el “Tescua”, bergantín granadino al mando del capitán don Manuel Herrera, amigo de sus padres. Edad, nueve años. Itinerario, Paita, Huanchaco, Buenaventura. Sin embargo, la primera travesía no tiene feliz desenlace, pues la nave naufraga en la isla colombiana de Gorgona, y el aprendiz de grumete tiene que ser devuelto a su hogar.
Luego de esta primera aventura marinera, nutre sus sueños con las historias que le son contadas por los viejos lobos de mar que recalan con sus naves en el tranquilo puerto paiteño, hasta que nuevamente y a consecuencia del imperativo llamado de la mar, se hace a ella el año 1844 en la goleta “Florita”, bajo el mando otra vez del capitán don Manuel Herrera. Itinerario: Callao, Buenaventura, Panamá, Paita. Empieza desempeñándose como aspirante a grumete, siguiendo luego una larga lista de embarcos, plenos de intensas correrías y aventuras, los cuales fueron realizados a bordo de buques tan disímiles como goletas, bergantines y fragatas, en su mayoría británicos y estadounidenses.
En estos embarcos visitó en más de una oportunidad los puertos de Paita, y Callao; Macao, colonia portuguesa en territorio chino, centro del tráfico de coolies; Hong Kong, importante enclave británico en China, punto álgido del movimiento mercantil del imperio; las islas Marquesas, las Sandwich, la Sociedad, Shanghai, Singapur, Londres, Burdeos, Baltimore, Boston, New York y Río de Janeiro. Esta, en apretada síntesis, es la relación escrita de puño y letra de Miguel Grau, fechada el 10 de agosto de 1853, que cubre el lapso transcurrido desde 1843, siendo así que, a los 19 años de edad, el precoz grumete de hace una década se ha convertido en un viejo y experimentado lobo de mar, como aquellos de sus mocedades que nutrían su imaginación al transmitirle sus aventuras. Dura y bravía escuela la del mar, que ha dejado honda huella en el sereno marino, confiándole todos y cada uno de los secretos del arte-ciencia de la navegación, proveyéndole del dominio de la maniobra, consecuencia ambos de su sólida formación práctica y del conocimiento que de hombres y mares ha hecho, habiendo aprendido a obedecer y a ser obedecido.
Ingresa a la escuela Naval como guardiamarina a los 19 años de edad el 14 de marzo de 1854, y como tal destaca nítidamente desempeñando con eficiencia sus obligaciones, sirviendo primero por espacio de seis meses en el “Rímac”, pasando el 2 de octubre del mismo año al pailebote “Vigilante”, donde permanece más de diez meses, siendo posteriormente cambiado al vapor de ruedas “Ucayali”. Así, el 11 de marzo de 1856, recibe su primer ascenso al grado de alférez de fragata después de un año 11 meses y 20 días de servicio como guardiamarina. Posteriormente es destinado al “Apurímac”, a la fecha el mejor buque de la escuadra nacional, adquirido en Inglaterra; trátase de una fragata mixta de 1 600 toneladas, armada con 34 cañones, comandada por el experimentado capitán de navío don José María Salcedo, siendo aquí donde se encuentra con su amigo y paisano, el teniente segundo ayabaquino don Lizardo Montero, fundiéndose en un solo crisol de peruanidad el alma inquieta y borrascosa de Montero, único marino que ha llegado a presidente de la República, y la fría calma, estoica serenidad y práctico espíritu de Grau.
El 16 de noviembre de 1852 toma partido, junto con su paisano Montero, en la sublevación de Manuel Ignacio Vivanco, líder conservador que se opone al liberalismo excesivo de Castilla durante su segundo periodo de gobierno. Este movimiento fracasa y los buques son entregados a la Escuadra, siendo Miguel Grau separado de la Marina junto con otros oficiales que participaron en la revuelta. Poco tiempo después se enrola en la marina mercante como capitán de una barca inglesa, navegando a América del Norte, la Indias y Asia, viajes que enriquecen sus ya vastos conocimientos náuticos.
Durante este lapso, Castilla ha evolucionado del liberalismo de 1856 al conservadorismo del 60, cuando se da la nueva Constitución que va a regir el país hasta 1920, carta magna que justificaba la sublevación de Vivanco y por ende la de los marinos que, como Grau, se plegaron al movimiento regenerador.
Gracias a la Ley de Reparación dada por el Congreso Nacional el 11 de abril de 1861 y a la Ampliatoria del 25 de mayo del mismo año, Grau solicita ampararse a lo legislado, siendo resuelta su solicitud favorablemente en mayo del año siguiente, en mérito de lo cual se le reconocen servicios prestados a la Armada de 7 años y 27 días, concediéndosele una pensión de 12 pesos y 6 y ½ reales, expidiéndosele cédula de licencia indefinida. Así, continúa en la marina mercante durante el tiempo que dura la segunda administración de Castilla, paradójicamente el hombre que signó sus gobiernos bajo el principio: “Si Chile compra un buque, el Perú debe comprar dos”. Posteriormente, durante el gobierno de Pezet, es llamado al servicio activo con fecha 13 de setiembre de 1863, expidiéndose en la fecha su despacho de teniente segundo, siendo destinado al “Lerzundi”, buque comandado por el capitán de corbeta Aurelio García y García; allí, al cabo de cuatro meses es ascendido a teniente primero graduado.
En el mes de enero de 1864 es enviado junto con García y García y otros marinos a Europa, con el encargo de supervisar la construcción y adquisición de modernas unidades navales que permitiesen reforzar la escuadra, a fin de hacer frente a cualquier agresión.
Días antes de este viaje se concede a Grau la efectividad en el grado de teniente segundo.
Más adelante, el teniente primero Miguel Grau, es nombrado comandante de la “Unión”, dirigiéndose a Saint-Nazaire, donde se hace cargo de la citada corbeta el 15 de diciembre de 1864, firmándose al día siguiente por feliz coincidencia el contrato para la construcción de un blindado con la firma Laird Hnos., de Birkenhead. Este blindado sería el “Huáscar”, el glorioso monitor, honra, fama y tumba de Miguel Grau, su glorioso comandante, con quien se convertiría con el transcurrir del tiempo en leyenda, donde se hace imposible pensar en el uno sin el otro, pues conforman un todo inseparable.
En el ínterin y desde el incidente de la hacienda Talambo de Pacasmayo en 1863, se vienen dando las condiciones para desembocar en la firma del controvertido Tratado Vivanco-Pareja, del 27 de enero de 1865, entre Perú y España, que pretendía la reivindicación de sus antiguas colonias.
El 6 de julio de 1865 la “Unión” fondea en Valparaíso. Pezet, que se enfrentaba a la sublevación de Prado en Arequipa, a fin de evitar que los buques próximos a llegar se plieguen a Prado, envía como emisario suyo para evitar tal acción, a don Juan Manuel Grau, padre del comandante de la “Unión”, mas este, a pesar del pedido hecho, no lo acepta porque ir contra sus propias convicciones.
En febrero del 65 Prado asume la presidencia de la República, celebrándose un tratado de alianza con Chile, para rechazar al invasor hispano, al cual se adhieren Ecuador y Bolivia.
La escuadra peruana estaba compuesta por la “Apurímac”, la “América”, la “Unión” y la “Amazonas”, al mando del capitán de navío Manuel Villar. A esta flota se unió la “Covadonga” para el Combate de Abtao el 7 de febrero de 1866, donde se venció a la escuadra española. En esta acción Grau y la corbeta “Unión” reciben su bautizo de sangre, al alcanzar en el combate el mayor porcentaje de muertos en la violenta acción.
Después de la victoria del 2 de mayo y con el incremento del poderío naval por el arribo del “Huáscar” y la “Independencia”, decide Prado llevar a cabo la guerra contra España para la liberación de las colonias Filipinas; toma la inesperada decisión de contratar al contralmirante retirado de la marina norteamericana John Tucker, nombrándolo comandante de la escuadra y encargándole dirigir la expedición libertadora.
Este insólito hecho, motivó la justa reacción de nuestros marinos, que habían demostrado su capacidad profesional y su profundo amor a la patria en las aguas de Abtao contra la escuadra española, marinos que al sentirse heridos y atropellados en su dignidad, renunciaron a sus puestos. Al considerar el gobierno esta actitud como de rebeldía, enjuició a los marinos renunciantes y embarcándolos primeramente en el “Chalaco”, fueron posteriormente confinados en la isla San Lorenzo, donde permanecieron los seis meses que duró el proceso judicial. Terminada la causa, Grau, incólume su honor después de la brillante defensa de su abogado doctor Luciano Benjamín Cisneros, sale en libertad. Solicita licencia en la comandancia general y se aleja de la Marina por segunda vez. Corre el año 1867 y Grau obtiene el mando del vapor mercante “Puno” de la compañía inglesa, siendo conveniente acotar que en esta época, los capitanes ingleses se tenían por los mejores del mundo, siendo su logia muy exclusiva y cerrada, razón que, en este caso, no impidió que aceptaran a Grau, ya que eran sabedores de sus excepcionales conocimientos náuticos.
Antes de embarcarse contrae nupcias en la iglesia del Sagrario, el 12 de abril de 1867, con la dulce y hermosa Dolores Cavero y Núñez Lama, trujillana de nacimiento, perteneciente a la sociedad limeña, y que contaba en esa fecha 22 años de edad. Fueron testigos por parte del novio, Lizardo Montero, Aurelio García y García y Manuel Ferreyros, a quienes junto con Grau se les conocía como “Los cuatro Ases de la Marina”, y que, con excepción de Ferreyros, que muere prematuramente en 1876, tendrían relevante actuación en la Guerra del Pacífico.
El 27 de febrero de 1868 regresa Grau al servicio activo como comandante del “Huáscar”, siendo ascendido ese mismo año a capitán de navío graduado. Corre el año de 1872 y el 21 de julio se produce el motín de los Gutiérrez, sin más motivo que sus ambiciones personales, transgrediendo el mandato constitucional. Como consecuencia, Balta es tomado prisionero y posteriormente fusilado por orden de Tomás Gutiérrez. La escuadra zarpa en defensa de la Constitución y del orden legalmente establecido.
Abril de 1873 Grau es ascendido a capitán de navío efectivo y durante seis meses, de junio del 74 a enero del 75, es comandante de la Escuadra de Evoluciones a bordo ya sea del “Huáscar” o de la “Independencia”.
El país se debate en una grave crisis económica, la Marina para por un periodo de estancamiento, muchos jefes y oficiales se retiran del servicio, las naves son apontonadas, la inactividad perjudica las calderas y máquinas de los buques, no se efectúan ejercicios, cañones y repuestos vitales se oxidan y se pierden. El gobierno encabezado por Manuel Pardo y Lavalle confía ciegamente en el Tratado de Paz y Amistad, el cual no está sustentado en el potencial bélico que garantice los derechos sagrados de la Nación.
Mientras esto ocurre, Chile prosigue un planeado proceso armamentista, el cual ha podido ser observado por Grau cuando viaja a Valparaíso para repatriar los restos de su padre.
En 1875, Grau es requerido por el pueblo de Paita, donde pasó su niñez, para que lo represente en el Parlamento; el distinguido marino acepta esta distinción confiando en que podrá servir igualmente a su patria en el recinto de las leyes como lo ha hecho en la cubierta de los buques, y es en junio de 1876 en que, tras ocho largos años, deja el comando del “Huáscar” para ir al Parlamento, donde es recibido con la aprobación de todos los grupos políticos de la época. Es reconocido y calificado por la comisión de poderes como diputado por Paita, prestando juramento de ley en la Cámara, pasando a formar parte de la Comisión de Marina.
Su actividad en el Parlamento es proficua y eficaz; presenta interesantes proyectos que son aprobados por su cámara, entre ellos el de ascensos en la Armada, que hace justicia al mérito de jefes y oficiales en razón a su eficiencia. Entre legislaturas, cumple todo tipo de actividades en la Marina, entre otras, vocal de la Junta Revisora de las Ordenanzas Navales y Comandante General de la Marina, hasta que el 28 de marzo de 1879 se hace cargo nuevamente del comando del monitor “Huáscar”.
Su hogar constituía el refugio, cual remanso de paz, al cual acudía al término de agotadoras jornadas, y con gran consideración y tacto Dolores intervenía para alejarlo del acoso de sus diez bulliciosos vástagos que deseaban compartir los breves momentos en que el serio, exigente, noble y leal marino, se convertía en el cariñoso y protector padre de familia.
5 de abril de 1879. Chile declara la guerra al Perú y empiezan los seis gloriosos meses en los cuales el “Huáscar”, solo desde la pérdida de la “Independencia” en Iquique, mantiene en jaque al más grande ejército de invasión y a su poderosa escuadra, cumpliendo, entre otras, tareas tales como: transportar tropas, atacar convoys, cortar el cable, capturar buques, bombardear baterías de costa y destruir lanchas enemigas, pero siempre respetando las poblaciones indefensas y los enemigos vencidos, que en su agradecimiento llegan a proferir un “Viva el Perú generoso”. O, como en el caso del poco conocido episodio que nos relata don Carlos F. Belevan Mesinas y que llega a él desde un testigo presencial del suceso, el teniente primero Diego Ferré Sosa, a través de su abuelo el capitán de fragata asimilado don Rubén Belevan Ruiz de Castilla. Cuenta el episodio que, al salir de misa y como consecuencia de la pregunta ¿Cómo era Grau, abuelo?, este respondió:
“Después del hundimiento de la “Esmeralda” y el rescate de 62 de los náufragos, los que se encontraban a bordo del “Huáscar”, Grau y algunos oficiales, entre los que se encontraba Diego Ferré, recorrieron el buque para conocer los daños sufridos en el combate. Al regreso de la toldilla, Grau observó a un marinero chileno de unos cincuenta años, que por las manchas de carbón debía ser fogonero, que lloraba quedamente. Grau se acercó y trató de calmar y consolar al hombre por la pérdida de sus compañeros y su nave, dirigiéndole animosas palabras, a lo que el chileno respondió “que no lloraba por la pérdida de sus compañeros y su nave, sino por la pérdida de todas sus pertenencias, entre las que se hallaban los ahorros de dos años de trabajo con los que iba a costear los estudios de su única nieta huérfana de padres“. Grau lo mira, le palmotea el hombro y continúa su inspección, ordenándole a su ayudante, al que apartó a un lado, que llevase al lloroso prisionero a su cámara.
“Hízolo así Ferré, y ya en la cámara, Grau sacó de una cajita de madera de su cómoda veinte soles de plata, y entregándoselos al marinero chileno le dijo: “Lamento en el alma el daño que le he causado, le ruego me disculpe y acepte este dinero, esperando que él contribuya a la educación de su nieta”.
“El chileno mirando a Grau, recibió el dinero y le contestó: “Gracias señor, no me explico cómo en el Perú pueden enviar a la guerra a un hombre como Ud.”, y salió a cubierta.
“Ferré vio enrojecer a Grau, y cuando volteó la cara hacia él, este le dijo: “Señor Ferré, le prohíbo terminantemente que divulgue o comente lo que acaba de ver y oír acá”.
–Ahora, hijo, ya sabes cómo era Grau”.
Así llegamos al 8 de octubre de 1879 en Punta Angamos, a la inmolación de Grau y su corte de bravos en defensa de la patria alevemente atacada. Patria que se encontraba postrada por la desidia de sus propios hijos; patria que necesitó del sacrificio de sus mejores hombres para cubrir con gloria la nefasta generación que la dirigió.
Perdido el mar, la guerra estaba perdida, solo una flota poderosa puede contrarrestar el peligro que viene del mar. Lección que nos enseñó la historia y que nunca debemos olvidar.
En esta breve reseña –pinceladas como la he titulado– he tratado de abarcar ambiciosamente la gama de matices de Grau, considerando sus 25 años de servicio activo en la Marina, más una década de viajes juveniles a bordo de buques mercantes que lo forjan en el temple bravío de la vida marinera.
En total, 45 años de vida terrena, durante los cuales mostró y dio lo mejor de sí mismo en todas y cada una de las actividades en que transcurre su existencia.
Como navegante precoz a juvenil edad, como guardiamarina que encauza aptitudes y canaliza experiencias para servir a la patria; como oficial de principios inconmovibles consecuentes con sus ideales, negándose a toda concesión consigo mismo. Como acérrimo defensor de la Constitución y de las leyes; como político, diputado por Paita, convencido de que el buen ejemplo es otra de las formas de servir a la patria; como jefe de familia que hace de su hogar un altar, esposo devoto y respetuoso; padre cariñoso, ejemplar, preocupado por sus hijos y católico ferviente. Grau: hombre, marino y peruano genial, a su patria legal, esculpida en gloria y sangre para la posteridad, la más acrisolada lección de amor, servicio y sacrificio por la tierra que lo vio nacer.
* Contralmirante MGP. Colaborador de «ForoGeomarítimo». Artículo publicado en la Revista del Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú –IEHMP. Número 30, 2011.