El Almirante Miguel Grau, la Marina de Guerra y la política
peruana de la bonanza del guano (1854-1879) (1)
Teodoro Hampe
Martínez*
Pues a mí, como historiador del ámbito civil, no me cabe un
conocimiento profundo y experto en asuntos de la carrera propiamente naval, he optado por tratar aquí al inmortal
héroe de Angamos, don Miguel Grau Seminario,
enfocando su trayectoria en el marco de la vida política peruana de la
segunda mitad del siglo XIX. Como está
explícitamente delineado en el título, referiremos las vinculaciones políticas
y la actuación cívica del Gran Almirante de nuestra Armada en aquella época de
bonanza —o de «falaz prosperidad», como la llamó Jorge Basadre— caracterizada
por las millonarias exportaciones del guano (2). Observaremos diversas facetas
de don Miguel Grau como oficial de la Marina de Guerra antes de su heroica
intervención en la guerra del Pacífico, o sea hasta el propio rompimiento de
las hostilidades con Chile (5 de abril de 1879), y dejaremos relativamente al
margen su larga y también interesantísima carrera como marino mercante,
conocedor y aventurero en todos los
grandes mares de la Tierra.
Niñez y primeras andanzas por la mar
En el centro mismo de la ciudad de Piura, en una casa de la
sexta cuadra del jirón Tacna (entonces llamada calle de los Mercaderes), nació
el 27 de julio de 1834 don Miguel Grau Seminario, y fue bautizado el 3 de
septiembre del mismo año en la iglesia matriz de San Miguel. Grau venía al
mundo en el hogar, extramatrimonial, formado por don Juan Manuel Grau y Berrío
y la dama piurana Luisa Seminario del Castillo. El padre, un criollo oriundo de
Cartagena de Indias, en Colombia de hoy, había venido al Perú en los tiempos de
la guerra de la Independencia y participó en 1824 en las definitorias batallas
de Junín y Ayacucho. (3)
Es sabido que, en un momento de su infancia, el niño Miguel
fue trasladado a vivir al puerto de Paita. En este lugar, al que viejos testimonios
denominan como «la puerta del Perú», nuestro personaje
alimentaría en sueños sus futuras andanzas marineras y gozaría íntimamente al
vislumbrar en su imaginación, nutrida por cuentos, la larga vida de los hombres
de mar. Pero la existencia no debía de ser tan fácil para los hermanos Grau Seminario, Enrique
y Miguel, que se verían alejados de la madre a la tierna edad de 11 y 8
años, respectivamente. Lo cierto es que don Juan Manuel Grau tomó una decisión
fundamental y en marzo de 1843, a pocos meses de haberse establecido en Paita,
Miguel fue puesto al cuidado de Manuel Francisco Herrera, capitán del bergantín
novogranadino Tescua, para que éste le enseñara el duro oficio de la mar.
La vida a bordo de los buques de vela en aquella época era
ciertamente difícil. Merced a su laboriosidad a bordo, don Miguel Grau aprendió
toda gama de faenas, desde la más simple hasta la más complicada; las guardias
nocturnas, largas y repetidas, lo harían un ser resistente, paciente, reposa-
do, silencioso. Navegó los océanos Pacífico y Atlántico, conoció de la furia de
los elementos de la naturaleza y de la pequeñez del hombre ante ella, todo lo
cual marcó su carácter sereno, reflexivo y tenaz. Más tarde, al final de su
adolescencia, tuvo como profesor en Lima a Fernando
Velarde (1823-1881), un poeta
español afincado en nuestro medio hacia el tiempo inicial del romanticismo,
quien ha dejado un bello recuerdo del tono humano de su discípulo Grau:
Nunca fuiste risueño ni elocuente, Y tu faz pocas veces
sonreía,
Pero inspirabas entusiasmo ardiente, Cariñosa y profunda
simpatía. (4)
Incorporación de Grau a la Marina de Guerra
Es la Marina de Guerra del Perú, para el tiempo en que
nuestro personaje llega a ella, una institución nutrida de heroísmo, espíritu
nacional y empeño técnico. Hace muy pocos años que funciona una escuela náutica
en Paita y una escuela central de Marina en el puerto del Callao. Son, asi
mismo, los tiempos en que se procura el renacimiento de la escuadra después de
las bajas producidas en las luchas en torno a la Confederación Perú-Boliviana.
Integran la Armada nacional, entre las naves más importantes, la fragata Amazonas,
el vapor de guerra Rímac (5), los bergantines Gamarra y Guise, las goletas
Libertad, Jesús, Héctor y Peruana, la corbeta Yungay, el pailebote Vigilante,
la barca Limeña y el transporte Alayza. Más tarde llegarán la fragata Apurímac
y las goletas Loa y Tumbes. (6)
Recordemos que, desde su instalación en el gobierno
constitucional (1845-1851), don Ramón
Castilla y Marquesado se vio enfrentado por cuestiones de límites y competencia
de poder con las vecinas repúblicas de Bolivia y Ecuador. Sin embargo, la
posición internacional del Perú quedó reforzada gracias al dinamismo de
Castilla, que favoreció la institucionalización de las Fuerzas Armadas y la
adquisición de moderno armamento para acciones tanto de mar como de tierra. En
virtud del contrato Wheelwright se fomentó la navegación a vapor y, además, los
primeros buques acorazados que surcaron las aguas del Pacífico meridional
fueron adquiridos por el Gran Mariscal, como parte de la campaña de
repotenciación de las fuerzas militares peruanas. (7)
A las alturas de 1853, pues, nuestra Marina de Guerra, que
se había dado el lujo de enviar un buque para proteger los intereses nacionales
ante la «fiebre del oro» en California, aparecía como una institución en franco
crecimiento, prometedora de un futuro interesante para los jóvenes que
quisieran engrosar sus filas. Don Juan Manuel Grau y Berrío fue uno de los que
pensó de esta manera, a favor de sus hijos Enrique y Miguel; consecuentemente,
en agosto de 1853 solicitó que ambos fuesen admitidos al servicio naval. Luego
de una espera de varios meses, se registra para el 14 de marzo siguiente el
ingreso de ambos hermanos, en calidad de guardiamarinas, a la Armada Peruana.
(8)
La entrada de don Miguel Grau al servicio tuvo lugar cuando
ya se había iniciado la revolución para derrocar al entonces presidente,
general José Rufino Echenique, movimiento que estaba dirigido por el liberal
Domingo Elías y el propio mariscal Castilla. Echenique pudo, sin embargo,
sostenerse varios meses merced al control que mantuvo de las rutas marítimas,
demandando una incesante actividad por parte de la Armada, la cual permaneció
fiel a su voz de mando. Las principales zonas del litoral donde se operó a lo
largo del año 1854 fueron Tumbes, Huanchaco, Islay y Arica. (9)
Castilla, que había permanecido en el retiro al terminar su
primer mandato constitucional, decidió levantar la bandera revolucionaria en la
ciudad de Arequipa, sumándose al descontento contra el régimen de su
archirrival Echenique. Don Ramón fue proclamado presidente de la República por
las fuerzas antiecheniquistas el 14 de abril de 1854 y efectuó en seguida un
recorrido en busca de legitimación popular a través de los Andes centrales,
recorrido en el cual dictó dos medidas populistas y sumamente importantes: la
abolición del tributo indígena (que firmó en Ayacucho, el 5 de junio) y la
manumisión de los esclavos negros (que suscribió en Huancayo, el 3 de noviembre
de dicho año) (10). Tras conseguir la victoria definitiva en el campo de La
Palma, al sur de Lima, hizo en enero de 1855 su ingreso por la puerta triunfal
a la, todavía amurallada, capital de la República.
Grau contra la Constitución liberal de 1856
Para la mitad del siglo XIX, a pesar de las tres décadas
-muy turbulentas- de vida soberana, la organización del Estado peruano
conservaba aún una planta muy similar a la del Virreinato: era una
manifestación de la pesada «herencia colonial», sobre la cual mucho se ha
hablado para América Latina (11). Contra
ella intentaron reaccionar los diputados, en su gran mayoría liberales, que
integraron la Convención Nacional de 1855, llamados con el fin básico de
redactar una nueva carta fundamental para la República. Promulgada el 19 de
octubre de 1856 por el presidente Castilla, esta flamante Constitución
sancionaba amplios derechos ciudadanos, volvía a instituir las municipalidades
y restablecía las juntas departamentales, entre otras normativas.
En 1856 obtiene don Miguel Grau su ascenso a alférez de
fragata. Pero éste es un año duro para nuestro personaje: con el ascenso y luego
de él se le plantea un grave problema de conciencia frente a la Constitución
del mes de octubre, con la cual no está políticamente conforme. Decide entonces
sublevarse en Arica junto con el capitán Lizardo Montero, su amigo cordial, a
bordo de la fragata Apurímac, uniendo su destino a la causa del general Manuel
Ignacio de Vivanco. ¿Por qué se levanta este caudillo? Son varias las razones,
según explica el distinguido historiador José A. de la Puente Candamo. Vivanco
es «hombre de formación severa, culto, respetuoso de las tradiciones del país,
solemne en el porte, honrado en la conducta, y descubre graves peligros en las
reformas liberales de la Constitución de 1856»; en dicha carta magna hay, tal
vez, un conocimiento incompleto de la realidad y una ilusión — que puede ser
utopía— en la eficacia de los cambios violentos (12).
Según algunos autores, Grau y Montero se conocían desde
Piura; sin embargo, no hay evidencias documentales al respecto. Lo cierto es
que su jefe inmediato en la Apurímac adquirió en breve gran ascendencia sobre
el serio y taciturno don Miguel, arrastrándolo a sublevarse contra el gobierno
de Castilla y los diputados de la Convención. En efecto, el 16 de noviembre de
1856, mientras estaba la nave fondeada en la rada de Arica y aprovechando que
el comandante, José María Salcedo, había bajado a tierra para visitar al
coronel Nicolás Freyre, comandante general de la división de observación del
Ejército en el sur, Montero, Grau y otros oficiales subal- ternos se apoderaron
de la fragata Apurímac (13). De ahí en
adelante siguieron la bandera rebelde de Vivanco, acompañán- dolo por cerca de
un año y medio en su insurgencia antiliberal.
Hagamos un esfuerzo por comprender las revueltas
circunstancias de aquella hora. En el proceso de la República por ganar
estabilidad y afirmar sus instituciones, en algunos momentos excepcionales, y
sin duda con el pensamiento puesto en el mal menor, hombres como don Miguel
Grau Seminario se apartan de la disciplina jerárquica para defender lo que
ellos entienden —en conciencia— qué es mejor para el país.
El héroe de Angamos jamás se unirá a empresas caudillescas
con propósitos de vanidad o de lucro; siempre está en la línea de la afirmación
de las normas morales y las tradiciones de la República, es tanto el «caballero
de los mares» como el «caballero de las leyes»... (14) Y el tiempo daría la razón a los insurgentes:
cuando se hizo claro el fracaso de la Constitución liberal de 1856, se clausuró
la Convención Nacional y se formó un Congreso enteramente distinto, en el que
los parlamentarios recibieron el encargo de redactar una nueva carta magna.
(15)
Pero, con todas las acciones rebeldes que habían acumulado
en su foja de servicios, lo menos que podían esperar los oficiales de la
fragata Apurímac en marzo de 1858, cuando —ya vencido— el general Vivanco
marchó hacia Chile, era que se les diese de baja. En efecto, así ocurrió
irremediablemente y tanto Lizardo Montero como sus compañeros Astete, Grau,
Jurado de los Reyes y Pimentel debieron alejarse del servicio naval peruano, al
menos por un tiempo.
En el caso de nuestro personaje, este alejamiento duraría
hasta septiembre de 1863, lapso en el cual volvió a lo que
había sido su antigua ocupación: navegar en buques mercantes alrededor de la
Tierra. (16)
De misión oficial en Europa
El nuevo texto constitucional fue promulgado el 13 de
noviembre de 1860, en medio de un consenso que unió a los poderes Ejecutivo y
Legislativo y a la mayoría de los grupos pensantes del país. En esta carta
fundamental, que podemos considerar como el más importante y duradero legado
político de Castilla, se consagró la abolición de la esclavitud, la derogación
de los privilegios eclesiásticos, la vigencia de la pena de muerte, la vocación
centralista de gobierno, la concentración de atribuciones en el presidente de
la República y la imposibilidad de reelección presidencial inmediata, entre
algunas de las medidas más notables. Dejando a salvo un par de momentos
excepcionales, en los que tuvieron vigencia la Constitución ultraliberal de
1867 y el Estatuto pierolista de 1880, esta nueva carta de 1860 se mantuvo en
vigor por espacio de casi sesenta años (hasta el segundo gobierno de Leguía) y
ha sido, evidentemente, la de más larga vida en la historia del Perú.
Como ya está dicho, en septiembre de 1863 el alférez Grau
reingresa al servicio de la Armada Peruana. Tiene para entonces 29 años de edad
y veinte años de recorrido por los mares. Es verdaderamente un currículo
extraordinario. De inmediato es destinado al vapor Lerzundi, donde asume el
puesto de segundo comandante, bajo las órdenes del capitán de corbeta Aurelio
García y García, con quien traba profunda Amistad y quien más tarde, comandando
la Unión, será su compañero y subordinado en varias expediciones de la campaña
naval durante la guerra con Chile. (17)
En tales circunstancias se produce un viaje de Grau en
misión oficial a Europa, adonde va con la responsabilidad de adquirir nuevas
embarcaciones para la Marina nacional. En un importante discurso, el
vicealmirante Luis E. Vargas Caballero ha presentado cumplidamente los detalles
de este viaje. (18) Debemos tener en
cuenta que ésa era una época de cambios importantes en la técnica de la
construcción naval y de consiguientes debates en Europa y los Estados Unidos.
Además, por la misma fecha viajaba también a Europa don Manuel Pardo y Lavalle,
futuro presidente de la República y personaje de gran cercanía a don Miguel
Grau, el cual debía gestionar los fondos necesarios para dichas adquisiciones
militares poniendo la riqueza del gua- no de las islas de Chincha como
garantía. (19)
Lo cierto es que, en Inglaterra, resolvieron los
comisionados encargar la construcción de una fragata blindada de 2.000
toneladas, la Independencia, a los astilleros de la casa J. A. Samuda. También
se encargó un monitor blindado, el Huáscar, de 1.130 toneladas de
desplazamiento, cuya construcción se pactó a fines de 1864 con la firma Laird
& Brothers, de Birkenhead, frente a Liverpool. Las características del
Huáscar eran sobresalientes: tratábase de un barco blindado de guerra, a vapor,
de 300 caballos de fuerza y 200 pies de largo, con dos cañones rayados de
avancarga montados en una torre blindada giratoria, con un amplio campo de
tiro, y otros dos cañones en la popa, y con una obra muerta sobre el mar de
sólo cinco pies. (20)
Prosiguiendo su misión oficial en Europa, encontramos a Grau
para fines de 1864 como comandante de la Unión, una corbeta de mínimo uso y con
las mismas características que la América (1.600 toneladas de desplazamiento),
ambas recién compradas en las costas de Francia. Sin embargo, al tocar en
Inglaterra nuestro personaje sufrió la conocida e injusta prisión por supuesto
incumplimiento de las normas de enrolamiento de tripulación local. Luego de una
detención de 48 horas, sobre la cual protestó la legación peruana en Londres
con singular valentía y dignidad, pudo continuar su navegación. (21) Así llegó Grau en mayo de 1865 al puerto de
Valparaíso, comandando la Unión, cuando estaba abierto el conflicto entre la
escuadra naval española y la República del Perú.
Contra Pezet y las aspiraciones de reconquista española
Ante la captura de las islas de Chincha, el gobierno
constitucional del general Juan Antonio Pezet se había visto obligado a
suscribir el tratado Vivanco-Pareja, aceptando una serie de condiciones
impuestas por los invasores españoles (27 de enero de 1865). Este hecho produjo
una seria indignación en la población peruana, tanto entre civiles como entre
militares; tal indignación encontró una válvula de escape en el pronunciamiento
que el coronel Mariano Ignacio Prado lanzó en Arequipa, el 28 de febrero
siguiente. (22) El tratado Vivanco-Pareja
no representaba, en opinión de los alzados y de don Miguel Grau, una solución
digna para la República: por ello no aceptó el comisionado las exhortaciones de
su anciano padre, quien viajó inclusive a Valparaíso para encontrarlo recién
llegado de Europa con la Unión y rogarle que
actuara bajo las
órdenes de Pezet. Grau prefirió unirse con su buque a
las fuerzas rebeldes de la Armada que, lideradas por el siempre inquieto
Lizardo Montero, habían manifestado su adhesión al movimiento «restaurador» de
Prado, generándose así una guerra civil que duraría varios meses. (23)
El coronel Prado se apresuró en recompensar a Grau y a otros
oficiales que se le habían unido, de modo que nuestro personaje era ascendido
el 22 de julio de 1865 al rango de capitán de fragata. La lucha en el mar duró
varios meses, como está dicho: una parte de la escuadra seguía a Montero, en
nombre de los partidarios de Prado, mientras que Ignacio Mariátegui primero y
Antonio de la Haza después lideraban a los defensores del gobierno
constitucional. (24) Como es de suponer, el régimen de Pezet dio de baja a los
oficiales levantiscos (agosto de 1865); pero esta medida quedó sin efecto al
triunfar la revolución pradista en noviembre de ese mismo año. La ascensión de
Mariano Ignacio Prado al poder fomentó la suscripción de un tratado de alianza
ofensiva y defensiva con el gobierno de Chile —luego ampliado merced a las
adhesiones de Bolivia y Ecuador—, lo cual trajo consigo la declaración de
guerra a España, el 14 de enero de 1866 (25). Se abrió en seguida un conflicto
naval, en el cual participó Grau al mando de la corbeta Unión. Tuvo su primera
acción bélica de importancia el 7 de febrero de 1866 en el combate de Abtao
(una isla frente a las costas de Chiloé), entre la flota aliada y la española,
donde se unió a la división comandada por el capitán de navío Manuel Villar.
Las otras embarcaciones que integraron la flota aliada del Pacífico fueron la
goleta chilena Covadonga y las peruanas América y Apurímac. Tal como lo
confiesa el jefe chileno Juan Williams Rebolledo, el triunfo en Abtao se debió
al «arrojo y serenidad» que manifestaron los peruanos. (26)
Peruanismo a ultranza: el incidente Tucker
Más adelante en 1866, después del victorioso combate del 2
de mayo en el Callao, el gobierno de Prado decidió contratar al marino
norteamericano John Randolph Tucker —quien había tenido una lucida actuación en
la Guerra de Secesión, luchando por el bando sureño de la Confederación— para
que dirigiese la escuadra de las fuerzas aliadas del Pacífico en una expedición
con rumbo a las islas Filipinas. (27) Se
pensaba, acertadamente, que era necesario y conveniente en aquella coyuntura
atacar los últimos residuos del Imperio español en ultramar, que todavía
comprendía a Cuba, Puerto Rico y las Filipinas. Sin embargo, don Miguel Grau y
otros distinguidos jefes de la Armada entendieron la contratación de Tucker
como una ofensa, pues no les parecía digno servir bajo el mando de un
extranjero, y hallándose en las costas de Chile pidieron pasar a la situación
de retiro. Los marinos reclamantes argüían, por cier to, que dicha contratación
equivalía a dudar de su capacidad y su lealtad a la bandera peruana. (28)
El «incidente Tucker» motivó el envío del propio ministro de
Hacienda, don Manuel Pardo, a Valparaíso, con el fin de que persuadiera a Grau
y sus compañeros a salir de su opositora actitud. A fin de cuentas no se llevó
a cabo la expedición del marino norteamericano hasta el extremo occidental de
Oceanía, pero más de treinta oficiales de la Armada Peruana terminaron
enjuiciados por los delitos de insubordinación, deserción y traición. A la
cabeza de este grupo, los llamados «cuatro ases» de la Marina, Manuel
Ferreyros, Aurelio García y García, Lizardo Montero y Grau, fueron traídos de
vuelta a la patria y recluidos en la penitenciaría de la isla de San Lorenzo.
Vinieron entonces días aciagos para nuestro personaje. El
juicio por la causa de rebeldía duró varios meses, y en él don Miguel tuvo como
defensor a un brillante abogado e intelectual, Luciano Benjamín Cisneros
(29). Los periódicos de la época recogen
los encendidos tonos de la defensa de los valerosos y patrióticos marinos,
poniendo en alto su orgullo en la salvaguarda de nuestra enseña bicolor.
Rosendo Melo rememora el ambiente de los días de la prisión en San Lorenzo,
donde la fiebre amarilla obligó al traslado de los cautivos al Callao.
Finalmente, en febrero de 1867, el Consejo de Guerra —presidido por el an-
ciano mariscal Antonio Gutiérrez de la Fuente— dio su sentencia definitiva:
declaraba inocentes a todos procesados, repondiéndoles plenamente sus derechos
y prerrogativas. (30)
No obstante ese fallo a su favor, don Miguel Grau Seminario
prefirió tomar una licencia del servicio activo en la Armada y aceptar la
oferta de una importante empresa mercante, la Pacific Steam Navigation Company,
para la cual trabajó por cerca de un año.
Durante este período de alejamiento oficial, beneficiado con
un sueldo más jugoso, optó por contraer matrimonio. Su boda con la distinguida
limeña doña Dolores Cabero y Núñez, hija de uno de los vo- cales del Tribunal
Mayor de Cuentas, tuvo lugar el 12 de abril de 1867 en la parroquia del
Sagrario de la Catedral. (31)
Buena parte de la historia de nuestra Marina está vinculada
al matrimonio de Grau, pues allí firmaron como testigos sus ya mentados compañeros
Manuel Ferreyros, Aurelio García y García y Lizardo Montero. (32)
Miguel Grau, comandante del « Huáscar»
A principios de enero de 1868 el presidente Mariano
Ignacio Prado, agobiado por los sucesivos levantamientos en
su contra y por la creciente inestabilidad política, renunció al gobierno para
dejarlo en manos del general Pedro Diez Canseco. Entre las medidas que el nuevo
gobernante adoptó, estuvo el recobrar para el servicio naval a los oficiales
que se habían alejado a raíz del incidente Tucker, siendo así que don Miguel
Grau volvió a entrar en la Armada el 22 de enero de dicho año. Casi un mes más
tarde, el 27 de febrero, tomaba el mando del monitor Huáscar, recién arribado
de Chile junto con los otros buques peruanos que estuvieron asignados a la
flota aliada del Pacífico. (33) De ahí
hasta su incorporación como miembro de la Cámara de Di- putados retuvo nuestro
biografiado el comando de tan célebre embarcación, en la cual —como bien
sabemos— hallaría la muerte frente a la punta de Angamos.
De 1868 a 1872 se desarrolló el gobierno del
coronel José Balta.
Fueron éstos años de desarrollo
material, de expansión, de crecimiento urbano de Lima; es la época en la que
Enrique Meiggs representa un múltiple gestor de progreso, desarrollo caminero y
grandes negocios (34). Balta es una figura importante en la vida peruana del
siglo XIX, pues su régimen conllevó una relativa paz social y grandes
inversiones en obras públicas, principalmente en cami- nos, ferrocarriles y
puertos, aun cuando buena parte de ello se debió a empréstitos asumidos bajo la
garantía del guano, los cuales arrojarían a los siguientes gobiernos a un
descalabro económico. (35)
Debemos considerar que la explotación del guano brindó unos
ingresos extraordinarios al Estado peruano y tuvo virtualidades promotoras de
grueso calibre. Esto se aprecia con nitidez, por ejemplo, en un cuadro de los
gastos estatales durante el primer gobierno de don Ramón Castilla (1845-1851),
que manifiesta un pronunciado crecimiento en las planillas oficiales de
empleados civiles y militares. (36)
Dicho superávit se empleó positivamente bajo la forma de una
presencia omnímoda del Estado en todos los rincones del territorio nacional, a
través de agentes burocráticos y recaudadores de impuestos. (37) Hay que tener en cuenta que el Perú gozó por
entonces de mayor riqueza que otros países grandes de América del Sur,
inclusive la Argentina. Según las cuidadosas estimaciones de Shane Hunt, el
erario nacional retuvo en promedio el 60 por ciento del valor de las ventas del
fertilizante de las aves, lo que en cifras contantes y sonantes debió de montar
durante el «ciclo guanero» (de 1840 hasta el estallido de la guerra del
Pacífico) unos 80 millones de libras esterlinas. (38)
Pero lo cierto es que la bonanza del país reposó sobre bases
económicas y sociales sumamente frágiles: descansaba en una mera inyección de
dinero, proveniente no del crecimiento del mercado ni de la producción interna,
sino de una renta convertida en patrimonio del Estado, en virtud de la prolongación
de principios fiscales coloniales. En estas circunstancias, como lo ha
demostrado Paul Gootenberg, afloraron una serie de pensadores y técnicos que
diseñaron fórmulas aparentemente idóneas para un crecimiento sostenido de la
República, contando con la importación de tecnología, de capital y de razas
foráneas (ya sea para faenas duras del campo o para trabajos más sofisticados).
(39)
Uno de tales abanderados del progreso fue, por cierto, el
limeño don Manuel Pardo y Lavalle, jefe del Partdo Civil y ex ministro de
Hacienda, quien salió elegido para ocupar la presidencia de la República en los
comicios genera les de 1872. La llegada al poder de Pardo, el primer civil en
ser ungido mediante limpia consulta popular, trató de ser impedida por un golpe
de estado militar. El 22 de julio de 1872, a las dos de la tarde, mientras las
cámaras del recién elegido Congreso se hallaban reunidas en juntas
preparatorias, el coronel Silvestre Gutiérrez salió con su tropa del cuartel de
San Francisco y se dirigió a la plaza mayor de Lima. Aprovechando el factor
sorpresa y el descuido de la población capitalina, entró en palacio de Gobierno
y tomó prisionero al presidente Balta, tras lo cual proclamó a su hermano, el
coronel Tomás Gutiérrez (que era ministro de Guerra en funciones), como jefe
supremo del Estado. (40)
Para dar mayor cobertura a su alzamiento, Tomás Gutiérrez
procuró de inmediato obtener el apoyo de la Armada, dirigiendo una carta al
comandante general de esta institución, capitán de navío Diego de la Haza.
Dicha misiva fue sometida por de la Haza a la opinión de los demás jefes
navales, quienes unánimemente rechazaron brindar cualquier respaldo a los
golpistas. Luego de que Gutiérrez volviera a dirigirse a la comandancia general
de Marina mediante un telegrama, se tomó el acuerdo de enrumbar todos los
buques de guerra estacionados en el Callao hacia la isla de San Lorenzo, donde
podrían actuar con más libertad. Al mismo tiempo se emitió un comunicado, con
la firma de don Miguel Grau y cuarenticuatro oficiales más, rechazando el
pronunciamiento militar de los hermanos Gutiérrez y anunciando que la Armada
Peruana lucharía con todos los medios disponibles para restablecer el orden
constitucional. (41)
Al resolverse una dispersión de las embarcaciones de guerra,
Grau partió con el Huáscar hacia las costas del sur. Dirigió entonces un
manifiesto a las autoridades políticas, judiciales y municipales de los
departamentos de Arequipa, Cuzco, Puno, Moguegua y Tarapacá (incluidas las
provincias de Tacna y Arica), llamándoles a unirse en contra de los
revolucionarios. El tenor de este documento —fechado el 26 de julio de 1872, en
la rada de Islay— merece citarse in extenso, por ser la pieza que mejor refleja
la sincera actitud del héroe de Angamos en defensa de la legalidad
institucional y contra la prepotencia militar:
Al ver así las leyes ensartadas en la bayoneta del soldado,
al ver atropellados todos los poderes de la República, al ver amenazados los
más sagrados derechos del ciudadano y al ver, en fin, envilecido y escarnecido
lo más sagrado entre los pueblos cultos y herida de muerte a la patria, la
Marina Nacional, que siempre ha dado muchas pruebas de patriotismo y abnegación
por el orden y sostenimiento de las instituciones, no ha trepidado en ponerse a
la altura que por sus antecedentes le corresponde, ha r echazado indignada la
invitación que se le hizo para secundar la consumación de tan horrendo atentado
y, enarbolando el estandarte de la ley, ha protestado en masa de tan inaudito y
escandaloso crimen, no reconociendo otro caudillo que la Constitución... (42)
Gracias a la firme posición legalista de los jefes marinos,
a la adversa opinión en cuadros del propio Ejército y a la reacción tumultuaria
del pueblo de Lima, que tomó por asalto el palacio de Gobierno en defensa de la
Constitución y el Estado de Derecho, la revolución de los hermanos Gutiérrez no
prosperó. Si bien es cierto que el presidente Balta fue asesinado en un cuartel
del Callao, los tres cabecillas del golpe militar —los coroneles Silvestre,
Tomás y Marcelino Gutiérrez— terminaron acribillados a balazos, mutilados por
el populacho y colgados ignominiosamente en los postes de la plaza mayor de la
capital. (43) Todo esto permitió que el nuevo Congreso se instalara de manera
cumplida y que don Manuel Pardo se ciñera la banda presidencial el 2 de agosto
de 1872.
Miguel Grau, aliado político de Pardo.
El movimiento civilista encabezado y personificado por Pardo
significó el intento serio (y parcialmente logrado) de llevar un criterio
técnico a las difíciles tareas de gobierno, así como el acceso al poder no de
los caudillos forjados en las luchas por la independencia del Perú, sino de los
representantes de una generación posterior, la de los nacidos cuando la
República estaba ya consolidada: hombres de leyes, industriales, comerciantes,
ingenieros, agricultores, artesanos, disímiles en la situación, generalmente
jóvenes en la edad, parejos en el espíritu de renovación y en la pujanza. (44)
Con holgura económica muchos de ellos —expresión del ascenso
de una nueva burguesía—, no puede considerárseles herederos de los antiguos
privilegios del tiempo virreinal. Quienes saltaron entonces a los cargos de
poder, ha dicho Aurelio Miró-Quesada, «pretendieron organizar una República de
carácter liberal, moderna en su sistema pero con raíz tradicional», con libre
juego de las instituciones, libertad de prensa, respeto por la tribuna
parlamentaria, pragmatismo, sensatez y mesura. (45)
Don Miguel Grau Seminario era amigo personal del nuevo
presidente de la República desde hacía varios años. Y es que, en realidad,
entre ambos hombres existe una serie de afinidades y elementos comunes. Nacidos
en el mismo año, 1834 (uno en Piura y otro en Lima), en ambos se descubre
tenacidad para realizar la vocación propia y coincidencia en la reacción contra
la anarquía política y en la devoción a la legalidad. En una carta dirigida a
Benjamín Vicuña Mackenna, el historiador chileno, dice Grau acerca de Pardo:
«[es] la figura de más alta talla de la época contemporánea de mi patria». (46)
A poco de asumir la presidencia, don Manuel Pardo expide un
decreto supremo creando una comisión consultiva de Marina con la finalidad de
asesorarlo en las cuestiones de esta arma y ayudarlo a resolver los problemas
que afecten la defensa nacional. La distinción especial que el jefe del Estado
tiene para don Miguel Grau hace que lo incorpore a dicha comisión, junto con
otros siete oficiales del servicio naval. (47)
Más aun, envió al marino piurano desde los meses finales de 1872 a
realizar unas misiones estratégicas en las costas del sur, observando los
movimientos de la escuadra de Chile en reacción a los desórdenes políticos
producidos en Bolivia con el levantamiento del general Quintín Quevedo. De
manera altamente visionaria, en sus informes dirigidos a Pardo como resultado
de dichas expediciones, nuestro personaje exponía el ambiente convulso y
cargado de intereses políticos, económicos y personales y advertía de las
oscuras intenciones belicistas y las peligrosas ambiciones territoriales de la
élite chilena. (48)
Algo después, a principios de 1874, comenzó a rumorearse en
Lima un posible intento revolucionario encabezado por el caudillo arequipeño
don Nicolás de Piéro- la, que se desplazaba por mar a bordo del navío Talismán.
Esta noticia habría moti- vado al gobierno civilista a formar dentro de la
Armada una institución novedosa, la llamada «escuadra de evoluciones», que bajo
el mando del capitán de navío Miguel Grau se haría a la mar para llevar a cabo
diversas maniobras consignadas en obras tácticas como las de Lewal y Parker.
(49) Dicha escuadra quedó conformada por seis barcos: el Huáscar, la
Independencia, el Atahualpa, el Manco Cápac, la Unión y el Chalaco (la mayoría
de los cuales ya hemos mencionado). El 10 de junio de 1874 izó Grau su insignia
de jefe de escuadra en el monitor que hasta entonces había comandado, siendo
relevado momentáneamente en el Huáscar por el capitán de fragata Leopoldo
Sánchez Calderón.
El entrenamiento y actividad de aquella «flota de
evoluciones» han sido analizados con minucia por el vicealmirante Melitón Carvajal Pareja en
un ensayo dentro de la Historia Marítima del Perú, lo cual nos excusa de entrar
aquí en mayores detalles al respecto. (50)
El gobierno de don Manuel Pardo y Lavalle (1872-1876) fue
atacado por brotes de violencia política, como el de Piérola. Pero lo más grave
es la terrible situación financiera que el Estado peruano comenzó a afrontar, fruto de
tantos años de gastos y endeudamiento incontrolado, lo cual sumergió al país en
una suerte de quiebra generalizada. El billete fiscal dejó de contar con
respaldo, numerosas firmas comerciales quebraron, el presupuesto fiscal empezó
a ser deficitario y, finalmente, el tesoro público se
declaró incapaz de
honrar la deuda externa. (51)
Miguel Grau, diputado por Paita
Enrolado como miembro en el Partido Civil, y haciendo uso de
las atribuciones que concedía a los oficiales en servicio la Constitución
política de 1860, don Miguel Grau fue propuesto para integrar la Cámara de
Diputados en representación de la provincia de Paita, a la cual se hallaba
sentimentalmente tan ligado desde su niñez. Así, a los 42 años de edad, resultó elegido para
formar parte del nuevo Congreso que se instaló el 28 de julio de 1876, ocasión
en la cual dejó el comando del Huáscar. Los meses siguientes resultarían
extraños para nuestro personaje, escribe el comandante Jorge
Ortiz Sotelo, pues «cambiaría la sobria cubierta y el rudo
trato de a bordo por los engalanados pasillos y la no siempre fértil retórica
parlamentaria»... (52) Su paso por la Cámara de Diputados —reducido básicamente
a dos períodos legislativos— ha merecido elogiosos comentarios y
homenajes por parte
de analistas y parlamentarios de diversa ideología, quienes han
resaltado sus dotes cívicas como un ornamento a sus condiciones castrenses.
(53)
En la cámara baja del Congreso integró Grau, naturalmente,
la comisión de Marina y fue autor de varios proyectos de ley relacionados con
la institución naval; entre ellos cabe destacar uno sobre el régimen de
ascensos de la plana oficial (fundado en criterios de mérito y eficiencia) y
otro sobre la organización del Ministerio de Guerra y Marina. (54) Sus intervenciones en el hemiciclo de los
diputados fueron parcas y técnicas, referidas fundamentalmente a dichos asuntos
marinos. Tuvo allí la honradez de señalar el deficiente estado de las naves de
la escuadra, por lo cual alentó la compra de nuevos equipos y armamento, pero
no fue mayormente oído debido a la carencia de recursos en el erario
nacional. (55)
Al clausurarse la legislatura ordinaria el 5 de febrero de
1877, don Miguel Grau pidió y obtuvo autorización del presidente de la
República, general Mariano Ignacio Prado, para pasar a Valparaíso a traer los restos de su
padre, quien había fallecido en dicho puerto en noviembre de 1865 (en medio del
conflicto armado con España, que ya hemos reseñado). Es posible que este viaje a Chile
tuviese más de una intención adicional, como sería el visitar los baños termales
de Cauquenes, por
donde más tarde pasó el exiliado líder civilista don Manuel Pardo, y,
además, conocer de primera mano los atributos de los novísimos blindados de la
Armada chilena. (56)
Cuánto le cupo a Grau en el retorno del ex presidente a la
patria, es algo que no podemos determinar con certeza; pero lo evidente es que
nuestro personaje desempeñaba ya un rol importante en la marcha política
nacional. No hay duda de que su opinión influyó para que don Manuel resolviera
presentarse como candidato a senador (por el departamento de Junín) en las
elecciones complementarias de 1878.
Grau fue uno de los oradores principales en el agasajo que
se brindó al jefe del Partido Civil con motivo de su regreso a Lima, y ambos
resultaron colegas de labores parlamentarias al iniciarse el período
legislativo de 1878-1879. (57)
El destino quiso, sin embargo, que la efervescencia política
terminara con la vida de Pardo, asesinado en el propio local del Senado (antes
palacio de la Inquisición de Lima) el 16 de noviembre de 1878. Este hecho
afectó profundamente a su amigo y compañero de bancada, don Miguel Grau, quien
fue uno de los que cargaron el ataúd en las exequias y pronunció luego un
sentido discurso necrológico, declarando las razones por las cuales la patria
se hallaba en peligro. (58) El
presidente Prado comprendió la gravedad del momento y llamó a
un grupo selecto de parlamentarios del Partido Nacional y del Partido Civil,
entre los cuales se encontraban Grau, Camilo Carrillo, Lizardo Montero y otros,
para proponerles un pacto que evitara sumir al país en la anarquía. Esta
propuesta fue felizmente aceptada, de modo que se conformó una comisión de
cinco representantes que sirvieran de enlace entre el Legislativo y el
Ejecutivo. (59)
Miguel Grau, comandante general de la Marina
En el lapso intermedio entre sus dos actuaciones parlamentarias, y al
regresar del mentado viaje a Chile, Grau fue nom- brado por el
presidente Prado como nue- vo comandante general de la Marina (30 de mayo de
1877). Esta designación evi- dencia el enorme prestigio que nuestro personaje
había alcanzado, pues pasaba a sustituir a un oficial que ya sustentaba el
grado de capitán de navío cuando don Mi- guel ingresara a la Armada con el
rango de guardiamarina, y se saltaba dentro del es- calafón a dos
contralmirantes y a quince capitanes de navío más antiguos que él. (60)
La actuación de Grau en la comandancia general es de veras
fundamental. Pocos oficiales se hallaban tan preparados y contaban con tan
intensa vocación marinera, con tanta percepción para observar y analizar las
condiciones de la escuadra. Sus propias intervenciones en la Cámara de
Diputados le sirvieron para entender cómo había que reclamar la atención del
gobierno, debido a la consideración —según él decía— de «cuánto afianza una
buena escuadra los intereses, la tranquilidad y so- beranía de la nación». (61)
Lo esencial del pensamiento grauino está contenido en la
magnífica memoria que, en su carácter de comandante general, presentó al
ministro de Guerra y Marina el 2 de enero de 1878. En veinticuatro capítulos
aborda allí todo lo referente al arma naval: ordenanzas, organización
administrativa, personal, necesidad de formar oficiales, mecánicos y
tripulantes, estado de los buques, capitanías de puertos, arsenal naval,
urgencia de un dique del Estado, etc. Cuando se piensa en lo que ocurrió
después, al estallar las hostilidades con Chile, dicha memoria cobra un valor
impresionante. (62)
Concluía don Miguel Grau el citado documento expresando que
sólo una pequeña parte de los buques de la Armada Peruana se encontraba
expedita, pero que de recibirse el apoyo económico y logístico adecuado la
escuadra «podrá quedar en un estado de alistamiento para la guerra
proporcionado a la importancia de los buques». En cuanto a la flota,
puntualizaba también que debía «reforzársela con nuevas unidades que, al
incorporarse, permitirían dar de baja a las viejas y obsoletas que sólo irrogan
gastos...». (63) Si así de azarosa era
la condición de la Marina en tiempos de paz, ya podemos imaginar cuán dramática
resultaría la situación al desencadenarse los sucesos de la guerra del
Pacífico.
Nuestro personaje desempeñó la comandancia general de la
Marina por un año entero, hasta que en julio de 1878 se incorporó nuevamente a
sus obligaciones políticas en el Congreso como representante de la provincia de
Paita. Al terminar la legislatura ordinaria en febrero del año siguiente,
regresó definitivamente al servicio naval y casi en seguida fue nombrado para
comandar otra vez su buque emblemático: el inmortal Huáscar. (64) La parte de
su vida que sigue, hasta su caída el 8 de octubre de 1879, queda fuera del
centro de atención del presente ensayo.
No ha sido mi intención aquí enfatizar los aspectos
militares y estratégicos del héroe máximo de la Armada Peruana, sino vincularlo
más bien con la historia política de su tiempo, en la que brilló con luz propia
como un valiente defensor del orden constitucional, un parlamentario innovador
y perseverante y un adalid constante del diálogo fraterno entre diversos
partidos y entre los hombres con y sin uniforme. El analista político Pedro
Planas Silva, quien también ha reparado en la importancia de la posición firme
del héroe contra el golpe militar de los hermanos Gutiérrez, se pregunta por
qué su ejemplar conducta en salvaguarda de la legalidad ha quedado
prácticamente en el olvido, a la sombra de los textos escolares y de los
manuales castrenses. (65) No tenemos
una respuesta certera. Lo evidente es que don Miguel Grau Seminario, marino por
vocación y por profesión, siguió una trayectoria intachable a lo largo de toda
su vida, uniéndose en la defensa del Estado de Derecho a lo mejor de nuestra
civilidad.
NOTAS AL FINAL
1 Versión completa del discurso de orden pronunciado el 5 de
octubre de 2000 en sesión solemne de la Asociación Nacional Pro-Marina del
Perú, con motivo del 179º aniversario de la creación de la Marina de Guerra y
del 121º aniversario del combate de Angamos.
2 Cf. Jorge BASADRE, Historia de la República del Perú,
1822-1933, 7ª. ed. (Lima: Editorial Universitaria, 1983), t. III, p. 89-90.
3 Geraldo AROSEMENAGARLAND, El almirante Miguel Grau, 7ª.
ed. (Lima: Banco de Crédito del Perú, 1979), p. 1-3. En cuanto a la filia -
ción genealógica de nuestro personaje, es bien conocido el opúsculo de Felipe
A. BARREDA, El caballero de los mares, almirante Miguel Grau (Lima: edición
privada, 1959), 68 p.
4 Jorge ORTIZ SOTELO, El almirante Miguel Grau (1834-1879). Una aproximación biográfica (Lima: Asociación de Historia Marítima y Na - val Iberoamericana ; Piura: Caja Municipal de Ahorro y Crédito de Piura, 1999), p. 46. Ibidem, p. 47-49.
5 Sobre la adquisición del Rímac, primer buque de guerra a vapor del Perú (1847), y sus implicancias en la capacitación de los marinos na - cionales, ha tratado con detalle Félix DENEGRI LUNA, «La República, 1826 a 1851», en Historia Marítima del Perú, t. VI (Lima: Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, 1976), vol. 2, p. 235-247.
6 Cf. José A. de la PUENTE CANDAMO, «Miguel Grau», en
Biblioteca Hombres del Perú, 1ª. serie (Lima: Editorial Universitaria, 1964),
t. IX, p. 12-13.
7 Sobre la adquisición del Rímac, primer buque de guerra a
vapor del Perú (1847), y sus implicancias en la capacitación de los marinos
nacionales, ha tratado con detalle Félix DENEGRI LUNA, «La República, 1826 a
1851», en Historia Marítima del Perú, t. VI (Lima: Instituto de Estudios
Histórico-Marítimos del Perú, 1976), vol. 2, p. 235-247.
8 Jorge ORTIZ SOTELO, El almirante Miguel Grau (1834-1879).
Una aproximación biográfica (Lima: Asociación de Historia Marítima y Naval
Iberoamericana ; Piura: Caja Municipal de Ahorro y Crédito de Piura, 1999), p.
46.
9 Ibidem, p. 47-49.
10 BASADRE, Historia de la República del Perú, [2], t. III,
p. 303-304 y 312-314. Modernamente se ha puesto en tela de juicio el afán
«humanitarista» que perseguía el decreto de abolición de la esclavitud y se ha
observado, más bien, las causas coyunturales que explican esta medida
eminentemente política (inspirada por un previo decreto semejante de
Echenique). Cf. Carlos AGUIRRE, Agentes de su propia liber - tad. Los esclavos
de Lima y la desintegración de la esclavitud, 1821-1854 (Lima: Pontificia
Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 1993), p. 299-300.
11 Véase, como referencia genérica, los ensayos que
presentan Stanley J. y Barbara STEIN, The colonial heritage of Latin America. Essays on economic dependence in
perspective (New York: Oxford University Press, 1970), viii, 222 p.
12 PUENTE CANDAMO, «Miguel Grau», [6], p. 14-15.
13 ORTIZ SOTELO, El almirante Miguel Grau, [8], p. 52-53.
14 Véase el conciso y
atinado discurso de Héctor LÓPEZ MARTÍNEZ, «El ejemplo de Grau», en su Guerra
con Chile. Episodios y persona - jes, 1879-1885 (Lima: Lib. Edit. Minerva,
1989), p. 35-42.
15 Se trató de
rescatar de la Constitución de 1856 todo lo considerado aceptable, modificando
sólo aquellos puntos que suscitaron mayor controversia y protestas, por ser
expresión del pensamiento radical de los «convencionales». Éstos, al parecer,
no habían medido el país real ni tomado en cuenta la mentalidad de un pueblo
que no se hallaba preparado para asumir semejantes reformas, perfectamente sus
- tentadas en la teoría, pero impracticables y desestabilizadoras en la
práctica. «Como lo dijo juiciosamente la comisión de Constitución, se mantuvo
de la anterior todo lo conservable y bueno, modificando o suprimiendo los
artículos que juzgaron incompatibles con la realidad y buen gobierno del país,
restableciendo la autoridad presidencial (tan menoscabada en la carta liberal),
cortando sus demasías y sus ex - cesos radicales...» (José PAREJA PAZ-SOLDÁN,
Las Constituciones del Perú. Exposición, crítica y textos [Madrid: Ediciones
Cultura His - pánica, 1954], p. 256-257).
16 Cf. TEMPLE, «El
"victorial" de Miguel Grau», [4], p. 15, y ORTIZ SOTELO, El almirante
Miguel Grau, [8], cap. 4, p. 59-72.
17 Melitón CARVAJAL PAREJA, «Grau, almirante de la Marina de
Guerra», en Homenaje a Grau, 1879-1979, ed. Federico Prieto Celi (Lima: Club
Nacional, 1980), p. 85. Véase también LÓPEZ MARTÍNEZ, «Aurelio García y
García», en su Guerra con Chile, [14], p. 43-45.
18 Luis Ernesto VARGAS CABALLERO, «Las adquisiciones navales
del Perú en la década 1860-70», en Revista del Instituto de Estudios
Histórico-Marítimos del Perú (Lima), vol. 1, 1978, p. 81-95.
19 ORTIZ SOTELO, El almirante Miguel Grau, [8], p. 78.
20 Véase al respecto AROSEMENAGARLAND, El almirante Miguel
Grau, [3], p. 56-60, y también Douglas W. STEWART, «The unsinkable ironclad»,
en Military History (Herndon, VA), vol. 11, no. 6, 1995, p. 30-37. Por
testimonios de la representación diplomática del Perú en Inglaterra, se sabe
que el monto total de los desembolsos para la adquisición del Huáscar llegó a
90.720 libras esterlinas.
21 Cf. Enrique GONZÁLEZ DITTONI, El teniente Grau y la
corbeta «Unión» (Lima: Ediciones Peruanas, 1961), p. 42.
22 Alberto WAGNER DE REYNA, «La intervención de las
potencias europeas en Latinoamérica, 1864 a 1868», en Historia Marítima del
Perú, t. VII (Lima: Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, 1974),
p. 245-250.
23 PUENTE CANDAMO, «Miguel Grau», [6], p. 17.
24 Cf. ORTIZ SOTELO, El almirante Miguel Grau, [8], p.
91-92.
25 WAGNER DE REYNA, «La intervención de las potencias
europeas en Latinoamérica», [22], p. 310-315.
26 Escribiendo al comandante Villar el 10 de febrero de
1866, desde el apostadero de Chayahué, Williams Rebolledo le dice: «Esta oportu
- nidad me permite congratular a V.S., y a los jefes, oficiales y tripulaciones
peruanas, por el arrojo y serenidad que han manifestado durante las dos horas
que duró el combate, bajo un fuego sostenido por ambas partes, y por el
resultado favorable que se ha obtenido, el cual se debe a la escuadra del Perú»
(AROSEMENAGARLAND, El almirante Miguel Grau, [3], p. 43). Véase también la
biografía apologética de Héctor WILLIAMS, Justicia póstuma. El vicealmirante
don Juan Williams Rebolledo ante la historia, 1825-1910 (Santiago de Chile:
Imp. de Carabineros, 1947), p. 43 y ss.
27 La biografía de este poco feliz personaje ha sido trazada
en David P. WERLICH, Admiral of the Amazon. John Randolph Tucker, his Confederate colleagues, and Peru
(Charlottesville: University of Virginia Press, 1990), xv, 353 p.
28 Cf. WAGNER DE REYNA, «La intervención de las potencias
europeas en Latinoamérica», [22], p. 435-444, donde se reproducen exten -
samente opiniones a favor y en contra de Tucker y de la actitud de los marinos
peruanos.
29 Véase al respecto
Raúl PORRAS BARRENECHEA, «Don Luciano Benjamín Cisneros, abogado representativo
del siglo XIX (1832-1906)», en Revista del Foro (Lima), vol. 18, no. 1, 1956,
p. 24.
30 Rosendo MELO,
Historia de la Marina del Perú, 2ª ed. (Callao: Museo Naval del Perú, 1980), t.
I, p. 275-276.
31 Cf. TEMPLE, «El "victorial" de Miguel Grau»,
[4], p. 19-20, y la investigación genealógica sobre los antepasados de la
esposa del héroe por Guillermo Luis TÁLLERI BARÚA, «Los Cabero del Perú y sus
ascendientes en Granada, Ávila y Aragón», en Revista del Instituto Peruano de
Investigaciones Genealógicas (Lima), vol. 5, 1950/51, p. 107-148.
32 Según anota ORTIZ
SOTELO, El almirante Miguel Grau, [8], p. 108, el grupo de los «cuatro ases»
quedó inmortalizado, además, en una clásica fotografía tomada por el maestro
francés Eugenio Courret. El original de esta foto se conserva en la Biblioteca
Nacional del Perú (Lima), Archivo Courret, bajo el código 26B0207.
33 AROSEMENAGARLAND, El almirante Miguel Grau, [3], p. 55.
34 Sobre este
personaje, véase el clásico e insuperado trabajo de Watt STEWART, Henry Meiggs,
Yankee Pizarro (Durham, NC: Duke University Press, 1946), ix, 370 p.
35 Véase la crítica
interpretación de Margarita GIESECKE, Masas urbanas y rebelión en la historia.
Golpe de Estado: Lima, 1872 (Lima: Centro de Divulgación de Historia Popular,
1978), p. 46-49 y 56.
36 Javier TANTALEÁN
ARBULÚ, Política económico-financiera y la formación del Estado, siglo XIX
(Lima: Centro de Estudios para el Desarrollo y la Participación, 1983), p.
258-259.
37 Para mayores
consideraciones sobre el impacto directo de la riqueza guanera en la
estabilización política, cf. Ulrich MÜCKE, «Estado nacional y poderes
provinciales: aspectos del sistema político peruano antes de la guerra con
Chile», en Anuario de Estudios Americanos (Sevilla), vol. 56, 1999, p. 189.
38 Cf. Shane HUNT,
«Guano y crecimiento en el Perú del siglo XIX», en HISLA/Revista
Latinoamericana de Historia Económica y Social (Lima), vol. 4, no. 2, 1984, p.
46-49 y p. 72, cuadro III. Respecto a los 80 millones de libras esterlinas,
apuntan dos historiadores con - temporáneos: «Bástenos decir que para 1850 esa
suma representaba aproximadamente ochenta veces el Presupuesto de la República
y que superaba largamente el valor del oro y la plata extraído de las minas del
país durante toda la época del Virreinato» (Carlos CONTRERAS y Marcos CUETO,
Historia del Perú contemporáneo [Lima: Red para el Desarrollo de las Ciencias
Sociales en el Perú, 1999], p. 105).
39 Paul GOOTENBERG, Imagining development.
Economic ideas in Peru’s «fictitious prosperity» of guano, 1840-1880 (Berkeley
& Los Angeles: University of California Press, 1993), cap. 4. Sobre
las propuestas económicas de don Manuel Pardo en particular, véase p. 71-89.
40 BASADRE, Historia de la República del Perú, [2], t. V, p.
174-176.
41 Este documento, fechado «al ancla», en la rada del
Callao, el 23 de julio de 1872, ha sido reproducido y citado varias veces.
Últimamen - te se ha incluido en el libro de Pedro PLANAS SILVA, Democracia y
tradición constitucional en el Perú. Materiales para una Historia del Derecho
constitucional en el Perú (Lima: Editorial San Marcos, 1998), p. 428-429.
42 AROSEMENA GARLAND, El almirante Miguel Grau, [3], p. 85.
43 GIESECKE, Masas urbanas y rebelión en la historia, [35],
p. 117-132.
44 Cf. Carmen MCEVOY,
Un pr oyecto nacional en el siglo XIX. Manuel Pardo y su visión del Perú (Lima:
Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 1994), cap. 4,
especialmente p. 278-286.
45 Aurelio MIRÓ-QUESADA SOSA, «Grau y el Huáscar en El
Comercio de 1879», en Homenaje a Grau, 1879-1979, ed. Federico Prieto Celi
(Lima: Club Nacional, 1980), p. 19.
46 Carta del 6 de diciembre de 1878, cit. en PUENTE CANDAMO,
«Miguel Grau», [6], p. 23. También expresaba Grau en dicha misiva: «No podemos
escribir con tranquilidad, ni recordar fríamente las grandes virtudes de Pardo
los que, al perderlo, como ciudadanos de este país, hemos perdido con él la
mejor esperanza del porvenir de nuestra patria querida».
47 CARVAJAL PAREJA, «Grau, almirante de la Marina de
Guerra», [17], p. 89.
48 Cf. Enrique de RÁVAGO BUSTAMANTE, Miguel Grau,
comisionado político en el Pacífico sur. Una carta inédita de 1872 (Lima:
edición privada, 2000), p. 14-19.
49 ORTIZ SOTELO, El
almirante Miguel Grau, [8], p. 134-135.
50 Melitón CARVAJAL PAREJA, «La República, 1870 a 1876», en
Historia marítima del Perú, t. IX (Lima: Instituto de Estudios
Histórico-Marítimos del Perú, 1992), vol. 2, p. 386-439. Véase también ibidem,
p. 447-455, donde se transcribe el informe final sobre las activi-
dades de la escuadra firmado por el comandante Grau, el 22
de enero de 1875.
51 Cf. Enrique AMAYO ZE VALLOS, «Crisis y clase dominante:
Perú, 1876-1879 (banca, deuda externa y salitre)», en La Guerra del Pacífico,
ed. Wilson Reátegui Cháv ez, t. I (Lima: Universidad Nacional Mayor de San
Marcos, Dirección Universitaria de Biblioteca y Publicaciones, 1979),
especialmente p. 66-86.
52 ORTIZ SOTELO, El almirante Miguel Grau, [8], p. 144.
53 LÓPEZ MARTÍNEZ, «El ejemplo de Grau», [14], p. 39, expone
el dato de que la elección del marino al Congreso fue recibida con aprobación,
e inclusive entusiasmo, por todos los grupos políticos. El periódico La Patria,
vocero del pierolismo, publicó en su edición del 5 de agosto de 1876 lo
siguiente: «Representantes como Grau, llenos de noble entrega y dignidad jamás
desmentidas, serán un refuerzo honroso para la Cámara, que necesita de hombres
independientes....». Véase también PLANAS SILVA, «Miguel Grau y la defensa de
la Constitución», en su Democracia y tradición constitucional en el Perú, [41],
p. 281-283.
54 CARVAJAL PAREJA, «Grau, almirante de la Marina de
Guerra», [17], p. 90.
55 MIRÓ-QUESADA,
«Grau y el Huáscar en El Comercio de 1879», [45], p. 19-20.
56 Cf. TEMPLE, «El
"victorial" de Miguel Grau», [4], p. 25, y José Carlos MARTIN, Manuel
Pardo en Chile (Lima: Talls. Gráfs. P.L. Villanueva, 1978), p. 24.
57 Es cierto que Grau no figura en la lista de fundadores de
la Sociedad Independencia Electoral (1871), antecedente inmediato del Partido
Civil; pero su labor en el núcleo dirigente de esta agrupación se hace cada vez
más notoria después del gobierno de don Manuel Pardo. Véase al respecto Ulrich
MÜCKE, Der «Partido Civil» in Peru, 1871-1879. Zur Geschichte politischer Parteien
und Repräsentation in Lateinamerika (Stuttgart: Franz Steiner Verlag, 1998), p.
137 y 337.
58 Cf. MARTIN, Manuel Pardo en Chile, [56], p. 71-72.
59 ORTIZ SOTELO, El almirante Miguel Grau, [8], p. 159-160.
Más aun, ha trascendido el rumor de que nuestro personaje iba a ser candidato a
la presidencia por el Partido Civil en las elecciones generales de 1880 (las
cuales no se realizaron, obviamente, por el estallido de la guerra). El propio
Grau señala en una carta a su esposa doña Dolores, recogida por TEMPLE, «El
"victorial" de Miguel Grau», [4], p. 22: «Había resuelto no contarte
nada respecto al asunto presidencia, porque francamente me parecía una broma,
pero al ver que lo repites nuevamente con cierta seriedad, debo decirte que no
pienso en tal cosa, por lo menos ahora que aún conser vo mi razón» (carta del
27 de septiembre de 1879).
60 ORTIZ SOTELO, El almirante Miguel Grau, [8], p. 150.
61 MIRÓ-QUESADA, «Grau y el Huáscar en El Comercio de 1879»,
[45], p. 23. Véase también Geraldo AROSEMENA GARLAND, «Reflexiones sobre la
memoria del comandante general de Marina, capitán de navío don Miguel Grau,
presentada en 1878», en Revista del Instituto de Estudios Histórico-Marítimos
del Perú (Lima), vol. 1, 1978, p. 67-77.
62 «El detallado análisis de esa memoria oficial nos
permite, una vez más, vislumbrar esa interesante y poco estudiada faceta de su
perso - nalidad: la del hombre de estudio y de gabinete, asiduo visitante de
repositorios bibliográficos, a la búsqueda de fuentes principalmente técnicas y
cartográficas», afirma Ella Dunbar TEMPLE («El "victorial" de Miguel
Grau», [4], p. 26).
63 CARVAJAL PAREJA, «Grau, almirante de la Marina de
Guerra», [17], p. 93.
64 ORTIZ SOTELO, El almirante Miguel Grau, [8], p. 163-164.
65 PLANAS SILVA, «Miguel Grau y la defensa de la
Constitución», [53], p. 281, destaca la actitud del Gran Almirante como emblema
de «la reserva moral de nuestros antepasados».
NOTA DEL EDITOR
NOTA DEL EDITOR
* Historiador. Artículo publicado en la Revista de Marina. Lima, 2001, Nº 2, Abril-Mayo-Junio, pp. 68-82.