Discurso
de Orden de la Ceremonia Solemne del Instituto de Estudios Histórico-Marítimos
del Perú IEHMP por efemérides del combate naval de iquique del 22 de mayo de
2018
Jean Jesu Doig Camino*
¡Señoras
y señores!
El mismo 5 de
abril de 1879, que Chile declaró la guerra al Perú, ordenaba el bloqueo de
Iquique y quedaba planteado el duelo naval. La disputa iba a ser por el control
del mar: quien dominara el escenario marítimo tendría ganada la guerra. Así lo
registra el almirante Melitón Carvajal Pareja en su libro, tomo XI de la Historia
Marítima del Perú, cuyo primer volumen de los tres que lo conforman, se
publicó en el 2004 por el IEHMP.[1]
La épica campaña
naval, hasta el combate de Iquique el 21 de mayo de 1879, que hoy celebramos,
es analizada a la luz de modernos conceptos estratégicos y políticos, y se
apoya en documentación de fuentes inéditas, como el Diario de Bitácora del Huáscar,
entre otras.[2]
A fines de 1878 el
Perú desconocía que tenía una guerra inminente.
Jorge Basadre en su Historia de la República, relata que Manuel Pardo,
expresidente del Perú recién llegado de Valparaíso, puso en alerta al Gobierno
sobre la guerra que preveía. Estimaba que la grave situación solo tenía dos
caminos, evitarla o prepararse para ella. El 14 de febrero de 1879, se
confirmaron los presagios cuando Chile ocupó Antofagasta y entró en guerra con
Bolivia. El pueblo peruano, encendido por los medios de opinión, reclamaba la
guerra después del ataque alevoso.
Según Basadre, se
desconocía el verdadero poder de Chile y las nefastas consecuencias de un
conflicto armado; el aliado del Perú, Bolivia, no contaba, ni jamás tuvo poder
naval. Hubo que organizarse apuradamente. El Perú había entrado en una
contienda que no había deseado ni provocado y para la cual no estaba preparado.
Lo arrastró el tratado de mutua defensa que tenía firmado con Bolivia en 1873,
y que fue el pretexto que Chile usó para declarar la guerra al Perú el 5 de
abril del funesto año de 1879.
El objetivo
político nacional era de emergencia: expulsar a Chile del territorio invadido y
eliminar la amenaza de invasión territorial al Perú, con el fin de asegurar la
soberanía e integridad territorial de los aliados. La determinación de la
concepción estratégica naval surge a partir de ese objetivo político. Así, se
define el plan de operaciones navales.
El objetivo naval
de Chile lo manifiesta el almirante Williams Rebolledo, es bloquear Iquique y
destruir todos los elementos de cargamento de guano y salitre en Tarapacá
afectando la generación de recursos fiscales necesarios en el esfuerzo de la
guerra, e impedir su fortificación, con el fin de conquistar el control del mar
mediante la destrucción, neutralización o captura de la escuadra peruana, y
apoyar la invasión de Tarapacá.
El destino de la
guerra dependía del control del mar. Iquique, primer puerto mayor peruano
viniendo del sur, y centro principal de depósito para embarque de guano y
salitre de Tarapacá, era una zona estratégica a disputarse. La escuadra chilena
llevaba 30 días incursionando contra los puertos del sur y la opinión pública
demandaba que se rompiese el bloqueo de Iquique.
El gobierno
peruano ordenó el zarpe de la escuadra. El punto focal del conflicto es el
combate de Iquique, con su carga de luz y de sombra, de triunfo y de fracaso.
La saga naval empieza cuando la escuadra zarpa del Callao la noche del 15 de
mayo con destino a Arica. El 20 de mayo la 1ª división al mando del capitán de
navío Miguel Grau, zarpó para amanecer el 21 en Iquique. Grau, va al comando
del monitor Huáscar, Guillermo More al de la fragata Independencia.
Sus instrucciones: batir a la corbeta Esmeralda y a la cañonera Covadonga
que sostenían el bloqueo. A las 6.30 a.m., al avistar las naves chilenas el
doble humo de las peruanas, maniobraron en el interior del puerto para situarse
mejor. El Huáscar y la Independencia se acercan velozmente,
estrechando distancias.
Grau ordena
zafarrancho de combate y arenga a la tripulación:
“Tripulantes del Huáscar: ha llegado la hora de castigar al enemigo
de la patria y espero que lo sabréis hacer, cosechando nuevos laureles y nuevas
glorias dignas de brillar al lado de Junín, Ayacucho, Abtao y el 2 de mayo.
¡Viva el Perú!”
A las 8.30 se
libra el combate. Melitón Carvajal sostiene que el encuentro fue desigual,
pues, como dice Grau en su informe, los disparos de los buques chilenos eran
certeros, no así los del Huáscar. Grau decide atacar a la Esmeralda con
el espolón. A partir de las 11 de la mañana Grau embiste tres veces; en uno de
los embates, Arturo Prat, comandante de la Esmeralda, cae sobre la
cubierta del monitor, y sucumbe victima de su temerario arrojo.
El último
espolonazo parte y hunde casi instantáneamente a la nave chilena. Momento
terrible, dice Carvajal Pareja, terrible para los hombres de la Esmeralda,
como para los del Huáscar, quienes, siguiendo la orden de su comandante,
arrían de inmediato los botes para salvar a los náufragos. A bordo, los
chilenos rescatados, gritan: “¡Bravo, Comandante Grau! ¡Vivan los valientes e
hidalgos peruanos!” A lo que contestan la oficialidad y tripulantes: “¡Bravo,
valientes chilenos de la Esmeralda, solo cumplimos con nuestro deber!”. Allí
nace la leyenda de Grau, Caballero de los Mares.
Otra fue la suerte de la Independencia,
que se perdió en el intento de espolonear a la Covadonga; quedó varada a
la altura de punta Gruesa, en un bajo de roca no marcado en las cartas. La
conducta de Condell, comandante de la Covadonga, fue diametralmente
opuesta: cuando el buque se hundía, mantuvo el fuego contra la tripulación
inerme.
Se dijo que la falta de disciplina y de
ejercicios de artillería habrían causado la pérdida de la Independencia,
aunque Carvajal Pareja concluye que fue una combinación del azar y de una
táctica equivocada de More, y que, como es usanza en la mar, la responsabilidad
recae sobre el comandante.
Se hizo una investigación sobre la actuación
de More, aunque no llegó a juicio, sin embargo, la carga moral lo llevó a
inmolarse el 7 de junio de 1880 como jefe de la batería del Morro de Arica. Se
perdió el mejor buque de la escuadra peruana. La Independencia, con
iguales condiciones marineras que el Huáscar, tenía sin embargo mayor
capacidad combativa: con más poder de fuego por andanada podía causar averías
de mayor consideración en un enfrentamiento con los blindados. El pequeño
monitor quedó solo para hacer la lucha en el mar.
La ejemplar actuación de Grau y su dotación
en esta gesta épica, fruto del coraje y esfuerzo en equipo, así como del
heroísmo y sacrificio individual de Velarde digno de ser ensalzado, compromete
recordar en esta ocasión los nombres completos de todos y cada uno de los combatientes
del monitor Huáscar de Iquique[3], así como de sobrevivientes y herderos del
Huáscar de esta y otras epopeyas navales peruanas, por el trascendente significado
de patria en el sentido de bien común para todos y cada uno de peruanos, que se
transmite y compromete por generaciones de ciudadanos a quienes nos sucederán.
Dotación
del Monitor Huáscar en Iquique
Oficiales
de Guerra
Capitán
de Navío Miguel Grau
Capitán
de Navío Ezequiel Otoya
Capitán
de Fragata Ramón Freyre
Teniente
Primero Pedro Rodríguez
Teniente
Primero Diego Ferré
Teniente
Primero José Melitón Rodríguez
Teniente
Segundo Carlos de los Heros
Teniente
Segundo Gervasio Santillana
Teniente
Segundo Jorge Velarde
Teniente
Segundo Fermín Diez Canseco
Capitán
de Infantería Mariano Bustamante
Capitán
de Columna Manuel Arellano
Oficiales
Mayores
Cirujano
Mayor Doctor Santiago Távara
Cirujano
de Primera Clase Doctor Felipe Miguel Rotalde
Contador
Juan Alfaro
Practicante
de Medicina José Ignacio Canales
Farmacéutico
José Flores
Ayudante
Alberto Huertas
Aspirantes
de Marina
Carlos
B. Tizón
Bruno
E. Bueno
Daniel
S. Rivera
Federico
C. Sotomayor
Manuel
Elías Bonnemaison
Grimaldo
Villavisencio
Maquinistas
Primer
Maquinista Thomas J. Wilkins
Primer
Maquinista Samuel McMahon
Segundo
Maquinista Thomas W. Hughes
Tercer
Maquinista Ricardo Trenneman
Cuarto
Maquinista Henry Lewer
Cuarto
Maquinista Ernesto Molina
Cuarto
Maquinista Archibald McCollum
Ayudante
de Máquina Augusto Matheus
Oficiales
de Mar
Primer
Contramaestre Nicolás Dueñas
¡Señoras y señores!
Hoy celebramos una de las efemérides más
significativas en nuestra historia nacional, una página de gloria y de nobleza
en Iquique, que se suma después a otra de gloria y fortaleza en Angamos para
enseñanza y ejemplo del país y del mundo.
En esta oportunidad, Iquique es símbolo de
nobleza porque significa un ejemplo práctico de magnanimidad del vencedor
frente al vencido que sabe sobreponerse a las pasiones de la guerra, en
contraste al actuar del adversario en la misma epopeya.
En Iquique, nace y se consagra el héroe y
paradigma del derecho humanitario consuetudinario en un conflicto armado
internacional,[4]
por salvar náufragos de una guerra en el mar, al tratar con dignidad y respeto
al vencido, al reconocer el arrojo y el valor del adversario, y al compartir la
tragedia del héroe caído con generosidad y gentileza, en una guerra entre
hermanos —bien llamada fratricida por el héroe máximo—.
La guerra, fenómeno de insospechables
manifestaciones así como de nefastas consecuencias, es parte de la naturaleza
humana que nos exige afrontarla con preparación y serenidad, porque es en un extremo
la solución del conflicto entre seres humanos por medios violentos.
Los estudiosos de este fenómeno nos
recuerdan que “la guerra es la continuación de la política por otros medios” (Carl Clausewitz, 1831); así
como, que “la política es la continuación de la guerra” (Michel Foucault,
1984), actividad que privilegia la solución de conflictos por medios pacíficos,
evitando la guerra y fortaleciendo la paz.
Prepararse para lo más nefasto y funesto que
es la guerra, obliga a estudiar la política como actividad y comportamiento
humano frente al ejercicio del poder, pensando que no hay mejor político que
quien es estratega a la vez, ni mejor estratega que aquel que conoce de la política.
Prepararnos para la guerra en el mar, nos
exige conocer la realidad marítima para contribuir a desarrollar los intereses
marítimos nacionales que sustentan la política y la estrategia de seguridad y
defensa nacional, porque sin desarrollo no hay seguridad, ni seguridad sin
desarrollo.
La experiencia de Iquique nos recuerda que
las guerras se ganan y se pierden antes de empezarlas, por falta de
consistencia entre la política y la estrategia, porque ambas se deben guiar por
principios y valores que nuestro héroe máximo y su valiente Unidad Naval supieron
encarnar hasta el sacrificio.
Seguimos el ejemplo de Grau y de sus bravos
combatientes, estudiando y preparándonos para lo peor que es la guerra, en un
mundo donde la violencia e inseguridad hace noticia por su agresividad e
insania todos los días, en el país y en todo el planeta.
Seguimos el ejemplo del héroe y su dotación,
cultivando principios y valores por los que se inmolaron, en un mundo donde la
indiferencia y la corrupción ponen en riesgo la viabilidad del país serio,
seguro, solidario y sustentable que todos deseamos.
También seguimos este ejemplo esforzándonos
por contribuir individualmente y en equipo con el desarrollo del país, al
proteger y promover los intereses nacionales en el ámbito marítimo, esto es, en
el espacio vinculado a actividades relacionadas con el mar peruano y sus
afluentes, oceánicos, fluviales, lacustres y canales interoceánicos de interés
nacional.
¡Viva Grau y su Unidad
Naval!
¡Viva la epopeya de
Iquique!
¡Viva el Instituto de
Estudios Histórico-Marítimos del Perú!
¡Viva la Marina de Guerra
del Perú!
¡Viva el Perú!
Muchas gracias.
NOTA DEL EDITOR
* Miembro
de Número IEHMP. Colaborador de ForoGeomarítimo.
Discurso de Orden de la Ceremonia Solemne del IEHMP por la efemérides del
combate naval de iquique. Centro Naval del Perú Sede San Borja, Salón Iquique.
Lima, 22 Mayo 2018.
[1] El combate de Iquique por Melitón Carvajal Pareja
(2004) en la Historia Marítima del Perú: La República 1879 a 1883. T. XI,
vol. 1. Lima: IEHMP.
[2] Efemérides navales. Crónicas de la Historia Marítima
del Perú por Esperanza Navarro (2018). Lima: IEHMP.
[4] Paradigma del
derecho humanitario consuetudinario, por aplicar la costumbre internacional
como prueba de una práctica generalmente aceptada como derecho; costumbre, que
sería luego recogida en tratados por el derecho humanitario internacional, constituyendo
ambas fuentes del derecho internacional público, según artículo 38º del
Estatuto de la CIJ de las NNUU (1945).
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